En la política mexicana, el “ahorita” se ha convertido en un reflejo de la postergación, la reacción emocional y la falta de planificación a largo plazo. Esta tendencia, impulsada por la improvisación y el protagonismo de la clase política, ha generado una cultura política fragmentada, en la que el debate se reduce a ataques y las decisiones parecen depender más del estado de ánimo que de la razón. La idea de Leonard Mlodinow en su libro “Emocional”, donde menciona cómo las emociones influyen en la toma de decisiones, es un reflejo pertinente de esta realidad: si bien las emociones pueden ser una herramienta poderosa en el pensamiento, en México, parecen ser usadas como un arma de poder y enfrentamiento más que como un canal para la cooperación y el progreso.
Mlodinow afirma que “… las emociones afectan al pensamiento: nuestro estado emocional influye en nuestros cálculos mentales tanto como la información objetiva o las circunstancias que ponderamos. Como veremos, en general esto es para mejorar; que la consecuencia de la emoción resulte contraproducente es la excepción y no la regla.” Sin embargo, en México, nuestra clase política parece estar atrapada en un “estado de excepción emocional”, una situación en la que predominan la reacción y el impulso. Esta realidad se ve exacerbada por la competencia de reflectores entre los líderes politicos, que buscan ser los favoritos de quien ostenta el poder en cada esfera de su circulo político. Este juego de alianzas y favoritismos genera un entorno de volatilidad, marcado por cambios de opinión, decisiones repentinas y una ausencia de dirección clara.
La comunicación en la política mexicana refleja esta dispersión emocional. Voceros y comentaristas emiten discursos con un tono emocional elevado que no busca informar, sino deslumbrar con ideas y conceptos vagos. En este panorama, periodistas y conductores de noticias tienden a evitar las preguntas incómodas, ya sea para conservar los convenios publicitarios con los gobiernos o por temor a perder la relación con estos personajes influyentes. Esta complicidad mediática permite a políticos y voceros atacar sin fundamento a sus opositores, convirtiendo la política en una especie de espectáculo mediático.
De acuerdo con el Informe de Confianza en Instituciones del INEGI de 2023, solo el 19% de los mexicanos confían en sus representantes políticos y menos del 20% considera que el gobierno actúa en beneficio de la población. Estos datos reflejan una desilusión generalizada hacia la política y el papel que juegan las emociones en su comunicación.Así mismo según el último reporte de México Evalúa, la credibilidad de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) ha disminuido un 30% en el último año, una situación que podría estar relacionada con la controversia entre la presidenta de la Corte, Norma Piña, y los otros poderes de la Unión.
¿Cómo salir de esta irracionalidad comunicativa, que pone nerviosos a todos y distrae a la mayoría de esta clase política improvisada y sin formación teórica sólida? Los líderes políticos parecen competir en una especie de reality show en el que quien grita más fuerte es el que gana. Este espectáculo lleva a la sociedad a una polarización creciente y aleja a los verdaderos problemas de la discusión pública.
Mlodinow señala que las emociones son uno de los regalos más maravillosos de la naturaleza y que, en la toma de decisiones, el sentimiento es igual de importante que el pensamiento racional. Al explorar cómo podemos conectarnos mejor, dar sentido a nuestra frustración y vivir una vida más plena, el autor sugiere preguntas que resultan útiles también para la política mexicana: ¿Cómo podrían nuestros líderes construir puentes en lugar de muros? ¿Qué sentido tiene la confrontación constante y estéril?
Estas reflexiones son especialmente necesarias en un país donde los esfuerzos deberían centrarse en construir algo nuevo, en lugar de distraerse luchando contra emisarios de un pasado que ya debería haber quedado atrás. La política emocional, sin embargo, parece ser un obstáculo que impide a México avanzar. En esta "bipolaridad política emocional", Norma Piña, la ministra presidenta de la SCJN, se convierte en un símbolo de esta confrontación. Su insistencia en oponerse a los otros poderes refleja una postura que parece guiada más por las emociones que por la racionalidad jurídica y política.
La política en México vive atrapada en una paradoja emocional: el “ahorita” se convierte en una excusa para no tomar decisiones de largo plazo, y el debate público se ve absorbido por ataques emocionales en lugar de propuestas racionales. Mientras las emociones son un recurso humano valioso, el uso irracional de estas en la esfera política ha generado un clima de confrontación que socava la confianza en las instituciones y limita el desarrollo del país. En esta coyuntura, la división de poderes y el respeto a las instituciones deberían ser los pilares que sostengan una democracia funcional. No obstante, cuando estos principios se convierten en instrumentos de lucha entre intereses particulares, el país corre el riesgo de traicionar sus ideales fundacionales. Al igual que en la historia de Malinalli, México enfrenta una encrucijada en la que debe decidir si se aferra a los conflictos del pasado o construye un futuro en el que la justicia y el bienestar prevalezcan para todos.
“La ciencia es un proceso de descubrimiento y aprendizaje constante, no una búsqueda de respuestas definitivas.”
Leonard Mlodinow