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El aeroplano que atravesó el Monumento a la Revolución

EL UNIVERSAL | 26/12/2010 |

La construcción de un elevador de cristal bajo la cúpula del Monumento a la Revolución no sólo ha generado polémica entre urbanistas que reclaman violación al diseño original de la estructura, también ha desempolvado de la memoria acontecimientos históricos casi desconocidos.

¿Alguien recuerda que esa edificación de cuatro arcos sirvió en la década de los 40 para que intrépidos pilotos aviadores realizaran algunas arriesgadas (e ilegales) proezas de vuelo? ¿Cuáles? Pasar pilotando sus aeronaves a través del monumento donde hoy, con su actual estructura y ubicación, entre altos edificios, sería imposible repetir aquellas hazañas.

Jacobo Fernández Alberdi es el nombre de uno de los osados que, hace siete décadas, arriesgó la vida por amor. Quería impresionar a su novia y pedirle que se casara con él, así que un día la invitó a salir a “dar una vuelta”.

Ella accedió y, en pocos minutos, quedó sorprendida cuando Fernández Alberdi, de origen español y refugiado en México a consecuencia de la Guerra Civil, la llevó al aeropuerto donde ya tenía listo un avión de dos plazas al que se subieron para sobrevolar la ciudad.

“Al acercarse al monumento a la Revolución todo fue rápido ; mi padre cruzó por debajo de él dos veces y un turista que estaba por ahí tomó esta foto que salió publicada en la revista Moto Club”, cuenta Mirenchu A. Fernández, hija del avezado piloto.

Se supo que Fernández Alberdi fue llamado por las autoridades del aeropuerto, quienes le retiraron su licencia. No obstante, hubo tanto revuelo por el suceso que, a petición de varios pilotos, en unos días su licencia le fue devuelta. Poco tiempo después, el intrépido Fernández Alberdi murió cuando tripulaba un avión en el sureste mexicano.

La revista Moto Club refiere que fue en 1945 cuando Jacobo Fernández Alberdi realizó esta acrobacia. Años antes, en medio de la Guerra Civil, a él se le ubicaba como piloto en el frente Republicano que luchaba contra el bando nacionalista. Jacobo se incorporó a la primera Escuadrilla del Grupo 21 en agosto de 1937. Esta unidad, formada en octubre de 1936 y disuelta en diciembre de 1938, utilizó aviones soviéticos Polikarpov I-16, comúnmente conocidos como “Moscas” por su reducido tamaño, rapidez y ligereza y porque los contenedores donde llegaban por barco los aeroplanos decían “Moskva”, que es como se llama Moscú en ruso.

La nave adecuada

El especialista Aldo Flores, de la Sociedad Aeronáutica e Historia Latinoamericana, asegura que un piloto con esta experiencia estaría capacitado para hacer ese tipo de hazañas en el aire, y agrega que la nave que pilotaba era la adecuada para realizar la maniobra.

A decir de los conocedores del tema, la fotografía mostrada por la revista Moto Club revela que la aeronave era de un avión biplano con perfil similar al Stearman, compacto y que volaba hasta 190 kilómetros por hora.

“Las condiciones estaban dadas para esa peripecia, tenía los conocimientos y el avión necesario”, dice Aldo Flores. Es así como las columnas del monumento, que se terminó de construir en 1938, fueron atravesadas por aquel español.

También se cuenta que el mexicano Leopoldo Gutiérrez, quien perteneció a la Escuela Militar de Aviación, realizó esta acrobacia aérea en la estructura de 67 metros de alto originalmente mandada a construir como sede del Palacio Legislativo por Porfirio Díaz como parte de las celebraciones del centenario de la Independencia de México.

Emile Bernard, arquitecto a cargo de la obra, nunca imaginaría que la edificación serviría para desafíos de vuelo.

Con la caída de la dictadura de Díaz y el inicio de la Revolución, el proyecto fue olvidado y la estructura permaneció abandonada incluso después de que finalizó la Revolución.

Hasta 1933 el arquitecto Carlos Obregón Santacilia ideó honrar la gesta revolucionaria y para ello se formó la Gran Comisión del Patronato del Monumento a la Revolución. Se decidió retomar la estructura del proyecto del Palacio Legislativo para convertirla en el monumento, al que se le daría también la función de mausoleo a partir de un decreto del 4 de febrero de 1936. Para este fin, se adaptaron criptas en las columnas donde permanecerían los restos de Venustiano Carranza, que fueron trasladados en 1942 del Panteón Civil de Dolores, con motivo de la ceremonia del inicio de la Revolución.

Los restos de Francisco I. Madero llegarían en 1960 del Panteón Francés. Los de Plutarco Elías Calles, en 1969 traídos del Panteón Civil de Dolores. Los de Lázaro Cárdenas, el 19 de octubre de 1970, fecha de su fallecimiento. Los últimos depositados ahí fueron los de Francisco Villa, trasladados desde el Panteón Civil de Hidalgo del Parral, Chihuahua, en 1976. Desde el 20 de noviembre de 1986 en el sótano funciona el Museo Nacional de la Revolución.

Una apuesta de cantina

Leopoldo Gutiérrez, por pertenecer a la Fuerza Aérea, sabía que los restos de Carranza, quien promulgó la constitución el 5 de febrero de 1917, yacían en el monumento. Pero ese “detalles” solemne no impidió su peripecia.

Se dice que el vuelo de Leopoldo Gutiérrez fue producto de una apuesta hecha en la conocida cantina La Puerta del Sol, en el Centro Histórico.

—¿A que no pasas con tu Stearman por en medio del Monumento a la Revolución?

—¿Es un reto o una apuesta? —preguntó Leopoldo.

—Lo que quieras —le dijo el bebedor con insolencia.

—Déjalo como reto —contestóLeopoldo.

De inmediato quien había asumido el desafío se dirigió al monumento en cuestión y, dando zancadas de un extremo a otro, calculó la distancia entre la base de los arcos y apuntó 15 metros. Luego, en el campo de aviación en Santa Lucía, midió de punta a punta las alas de su aparato. Medía nueve metros con 80 centímetros. “¡Suficiente!”, pensó el piloto aviador.

Leopoldo durmió confiado y, antes de las nueve de la mañana, subió al avión. Lo calentó y rodó con lentitud. Al mismo tiempo iba pensando en cuál sería la mejor manera de entrar al espacio de la plaza donde se levantaba el monumento rodeado de algunos edificios.

El aeroplano Stearman, pilotado hábilmente, se inclinó de canto y, ¡zaz!, pasó entre los arcos. Quienes vieron la hazaña pensaron que se trataba de la publicidad de un circo.

Pocos se enteraron que después de esta hazaña que la Secretaría de la Defensa Nacional, a la que pertenecía Leopoldo Gutiérrez, lo arrestaría por su imprudencia.

Las autoridades militares le retiraron la licencia de piloto por un año por hacer mal uso de las máquinas destinadas al entrenamiento y por alterar el orden público. Días después, el monumento se vio con los arcos cegados por enormes lonas colgantes con el propósito de evitar las audacias de estos vuelos que se estaban volviendo cotidianos.

Estos hechos los recuerda Irene G. de Lanz en su libro El Volcán , editado por la Fundación Mario Moreno, en el que hace una biografía de la agitada y azarosa vida de su hermano.

La mujer, de 89 años, cuenta en entrevista que su hermano Leopoldo pilotaba un Stearman, un avión de dos plazas (para el instructor y el alumno) traído de Estados Unidos para entrenamiento de los aviadores. Ella recuerda que le apodaban El Gallo y que fue compañero de Fernando Gutiérrez Barrios en el Colegio Militar.

La señora Irene ya no recuerda si su hermano pasó por el ojo de luz del monumento en 1945 o en 1946. Lo que sí asegura es que, para que no le dijeran a su hermano que su primer vuelo había sido “chiripa”, dio la vuelta y volvió a pasar de regreso… “Fue una de tantas fanfarronadas”, dice la señora Irene.

Sin embargo, de este acontecimiento no quedó un registro gráfico, “pero está en la memoria de la gente”, dice la hermana del piloto. Leopoldo murió en 1995 a los 70 años. Hoy su proeza es contada por algunos, pero otros, como los historiadores de la revista América Vuela, niegan que haya logrado cruzar el Monumento a la Revolución.

“Tenemos el registro del español Jacobo Fernández y de ahí que varios nombres se hayan señalado como los autores de aquella hazaña”, dice Alfonso Flores, de la Academia de Historia Aeronáutica de México y socio fundador de la Sociedad Mexicana de Estudios Aeronáuticos Latinoamericanos.

Jorge Cornish, otro colaborador de América Vuela, afirma que hace 20 años El Gallo Leopoldo Gutiérrez le confesó que sí había intentado volar por debajo de los arcos del monumento pero que no lo logró porque el combustible se le había terminado. Ese hecho lo obligó a aterrizar en la calle de Sullivan sin concluir su objetivo. Pero con otros Leopoldo confirmaba su hazaña...

A nivel mundial se tiene el registro reciente de este tipo de hazañas. En 1991 una avioneta de turismo burló la seguridad de los cielos parisinos y voló bajo la Torre Eiffel y el Arco del Triunfo. Según las agencias de noticias, tras la acrobacia, la aeronave, una biplaza Mudry Cap- 10 B, desapareció en el este de París y fue localizada en un campo cercano a la localidad de Ferolles Atilly.

En México, esas proezas aéreas ilegales no podrían ser repetidas. Lo impiden los edificios vecinos al monumento y también el elevador de cristal que fue instalado este año como parte de las obras de remodelación del edificio.

Hoy el concepto de arco del monumento ya sólo es historia. Curiosamente, incluso es parte de la fascinante historia de la aviación mexicana que en 2010 cumplió cien años.