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HOMILÍA: ¿Qué es aquello, qué nos tiene atados?

Pbro. Lic. Salvador González Vásquez | 13/10/2024 | 02:07

Se nos dio la libertad, para que fuéramos libres. Pero ésta, es lo primero que dejamos perder

Y, cuando menos acordamos, ya estamos atados a una situación, o a cierta  persona.

Por eso, hay que pedir  sabiduría, para detectar, en qué momento estamos en peligro, de perder  la libertad.

El Evangelio de hoy, nos habla sobre la actitud de un hombre, que gano todo, pero perdió su libertad.

Y dice la Escritura: “Jesús lo miró con amor y le dijo: Sólo una cosa te falta: Ve y vende lo que tienes, da el dinero a los pobres y así tendrás un tesoro en los cielos. Después, ven y sígueme. Pero al oír estás palabras, el hombre se entristeció y se fue apesadumbrado, porque tenía muchos bienes”. (Mc.10).

Pudimos haber tenido lo grandioso, pero algunos bienes, nos tienen atrapados.

Hay bienes, que lejos de ayudar, nos hacen pesada la existencia.

Porque el exceso,  hace pesada la vida; y dónde   hay  sobrepeso,  no puede haber  libertad.

Dice el Evangelio, que ese hombre se entristeció y se fue apesadumbrado; es decir, perdió la ligereza, y por tanto, la alegría.

Al  hablar de los bienes, no solo nos  referimos a lo material, también se incluye, aquello que consideramos nuestro “bien”, y que tal vez no lo sea.

Por eso, que importante es revisar, qué  tan libres somos, para tomar una decisión o ejecutar una acción.

El personaje del Evangelio, buscaba la vida feliz, pero estaba tan apegado, a lo que el consideraba su “bien”, que por eso, tuvo que renunciar a los no bienes eternos.

Por eso, no hay que darle el corazón a lo que es  pasajero; ya que los bienes,  son tan solo un medio, para obtener lo mejor.

Y, para  no perder lo grandioso, hay que pedir  lo indispensable:  la sabiduría.

Ya lo dice la Escritura: “Suplique y se me concedió la prudencia; invoque y vino sobre mi el espíritu de sabiduría. La preferí a los cetros y a los tronos, y en comparación con ella tuve en nada la riqueza”. (Sab.7).

Pbro. Lic. Salvador Glez. Vásquez.

 

Evangelio del día
Lectura del santo Evangelio según San Marcos 10, 17-30
En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló ante él y le preguntó:
«Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?».
 
Jesús le contestó:
«¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre».
 
Él replicó:
«Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud».
 
Jesús se quedó mirándolo, lo amó y le dijo:
«Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego ven y sígueme».
A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó triste porque era muy rico.
 
Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos:
«¡Qué difícil les será entrar en el reino de Dios a los que tienen riquezas!».
 
Los discípulos quedaron sorprendidos de estas palabras. Pero Jesús añadió:
«Hijos, ¡qué difícil es entrar en el reino de Dios! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios».
 
Ellos se espantaron y comentaban:
«Entonces, ¿quién puede salvarse?».
 
Jesús se les quedó mirando y les dijo:
«Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo».
 
Pedro se puso a decirle:
«Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido».
 
Jesús dijo:
«En verdad os digo que no hay nadie que haya dejado casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, que no reciba ahora, en este tiempo, cien veces más —casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones— y en la edad futura, vida eterna».