Ricardo Heredia Duarte | 12/10/2024 | 12:07
En el mundo de la política, los líderes a menudo se enfrentan a una serie de desafíos imprevistos que alteran sus planestrazados. En el día a día de los gobiernos, suelen estar marcados más por la urgencia que por la importancia, un dilema constante que refleja la ineficiencia estructural de muchos sistemas gubernamentales. Esta reflexión aborda cómo las prisas y la improvisación se han vuelto características distintivas de la gestión política en México y en el mundo; bajo esta lógica, la atención a los problemas más relevantes es continuamente postergada.
Los incidentes, al igual que los acontecimientos, tienen la costumbre de ocurrir, nos guste o no. Cuando al ex primer ministro británico Harold MacMillan se le preguntó qué situaciones eran las más probables para desviar a los gobiernos de su rumbo, respondió: "Los acontecimientos, querido muchacho, los acontecimientos". Esta frase resume la realidad a la que se enfrentan los líderes políticos: aunque planifiquen una agenda ambiciosa, los imprevistos siempre los obligan a hacer ajustes.
Normalmente, los líderes políticos asumen que pueden establecer una agenda de gobierno y ejecutarla sin mayores contratiempos. Aunque muchos entienden que encontrarán retos u obstáculos en el camino, tienden a olvidar que también deberán resolver problemas inesperados que parecen surgir de la nada. Y como su agenda ya está a tope, resulta complicado ocuparse de otros asuntos, lo que lleva a que esos problemas se compliquen aún más por la falta de atención. En algunos casos, cuando se deciden a atender estas emergencias, inevitablemente deben posponer o sacrificar parte de los objetivos previamente planteados.
Sin embargo, en la gestión organizacional, se dice que los problemas importantes rara vez son urgentes, y que lo urgente pocas veces es verdaderamente importante. A pesar de esta distinción, la realidad es que lo urgente consume el tiempo y la energía necesarios para abordar lo importante, lo estructural.
En esta dicotomía de atención gubernamental se diluyen los tiempos de los encargos publicos, dejando sin resolver los problemas estructurales de un estado o nación. Los gobiernos se distraen en atender emergencias y en debates mediáticos con la oposición, peleando por imponer la agenda y visión del gobierno en turno.
Un claro ejemplo de la falta de planificación a largo plazo y la priorización de la inmediatez es el deterioro en los niveles de competitividad de México. Según el Índice de Competitividad Global 2023, México ocupa el puesto 53 de 141 países, un reflejo claro de los desafíos en su eficiencia gubernamental y el manejo de recursos. Este ranking, que evalúa factores como la infraestructura, las instituciones y la estabilidad macroeconómica, demuestra cómo la gestión pública se ve afectada por la constante necesidad de atender lo urgente a costa de lo importante.
Además, a esto se suma la tradición "mexicana" de tener gobiernos controlados por una sola persona, lo que retrasa y obstaculiza la gestión eficiente. Esta tendencia a centralizar el poder en un Tlatoani impide que los sistemas de gobierno funcionen de manera transversal. El resultado es que los funcionarios federales y locales, en lugar de tomar decisiones, esperan la autorización o indicación del líder máximo, evitando asumir responsabilidades con la excusa de que "el que pregunta, no se equivoca".
Este modelo de liderazgo no solo afecta la capacidad de tomar decisiones rápidas y eficientes, sino que también contribuye a la desconfianza en el sistema. Según datos del INEGI, en 2023 solo el 26% de los mexicanos confía en sus gobiernos. Esta cifra alarmante refleja el creciente descontento con la forma en que se manejan los asuntos públicos, donde la falta de transparencia y la centralización del poder inhiben la rendición de cuentas.
La política mexicana sigue atrapada en un ciclo de improvisación, sobre todo en lo local, donde la atención urgente prevalece sobre las necesidades importantes, y la figura central del "Tlatoani" sigue dictando el curso de acción. La dependencia en un liderazgo personalista, en los tres poderes de la unión, en los gobiernos locales y en los partidos políticos, junto con la incapacidad para resolver problemas estructurales, retrasa la evolución democrática y el progreso en la administración pública.
Si los 32 estados y el pais en su conjunto, quieren avanzar en los rankings de competitividad, reducir la corrupción y recuperar la confianza de su ciudadanía, es urgente que los gobiernos de los tres niveles y las organizaciones políticas rompan con este ciclo. Deben aprender a delegar, a planificar con visión a largo plazo y, sobre todo, a atender lo importante antes de que se convierta en lo urgente.
"El problema en la mayoría de los cambios es que se choca con ellos por la parte que no está a la vista."
Richard Beckhard