El hallazgo de dos nuevas poblaciones del scalesia cordata en la isla Isabela, la más grande del archipiélago de las Islas Galápagos (Ecuador), ha encendido la esperanza entre los científicos, que no cesan en buscar más de esos árboles en peligro de extinción ante la drástica reducción de su hábitat natural.
Un estudio realizado en 2002 por la Fundación Charles Darwin (FCD) y la Dirección del Parque Nacional Galápagos (DPNG) reveló la presencia de aproximadamente 1.075 árboles de scalesia cordata. Para 2019, menos del 3 % de esas poblaciones permanecían en pie, con la alarmante ausencia de árboles jóvenes.
Pero ahora, el hallazgo de nuevas poblaciones de este especie en el volcán Sierra Negra, en el sur de la isla Isabela, representa un avance significativo en los esfuerzos por preservar esta especie endémica de las Galápagos.
El área más grande, ahora denominada Carpuela, abarca dos hectáreas y alberga 43 árboles adultos, 102 juveniles y 17 plántulas, todos en buen estado de salud.
Una segunda población pequeña de scalesia cordata -que recibe su nombre por la forma de corazón de sus hojas- se halló en una zona cercana, con una superficie aproximada de 40 metros cuadrados, y está compuesta por cuatro árboles adultos.
Desde el hallazgo, la Dirección del Parque Nacional Galápagos, en coordinación con la FCD, implementaron medidas inmediatas para proteger las zonas, que incluyen la limpieza de plantas invasoras y el monitoreo continuo para fomentar la regeneración natural de la especie.
«Encontrar cada vez más árboles de scalesia cordata nos da gran esperanza de poder salvar esa especie de la extinción», asevera la alemana Heinke Jäger, líder del proyecto de restauración en la FCD, en el que también trabaja la mexicana Miriam San José, doctora en ciencias biológicas, centrada -particularmente- en temas de especies invasoras terrestres y restauración de bosques de Scalesia.
«Estamos muy contentos (por el hallazgo) porque esta especie está altamente amenazada», dijo San José a EFE, ya que, históricamente, calculaban 17.300 hectáreas de scalesia en todo el sur de la isla Isabela, y hoy en día queda menos del 1 %.
Especies invasoras
La población de scalesia cordata se ha reducido principalmente por plantas invasoras como la mora o el palo blanco, y por animales como vacas, burros salvajes, cerdos, gallinas que arrancan las plántulas y no permiten una regeneración natural.
En respuesta a esta crisis, en 2021, la FCD en colaboración con la DPNG y con el apoyo financiero de la Fondation Franklinia y el Keidanren Nature Conservation Fund (KNCF), lanzó un ambicioso programa de restauración de scalesia cordata.
En 2023 se unieron Galápagos Conservancy y la Fundación IOI a este programa, que se enfoca en recolectar semillas, germinarlas en viveros forestales, reintroducirlas en áreas donde la especie solía ser abundante y buscar nuevas poblaciones a pie y en sobrevuelos con dron.
Gracias a estos esfuerzos, ahora hay más de 3.000 individuos, entre plántulas y árboles juveniles y adultos, en aproximadamente 637 hectáreas, distribuidas en zonas protegidas y fincas agrícolas.
El proyecto comenzó buscando en áreas donde históricamente había la scalesia cordata y luego, con la ayuda de drones y un analista geoespacial, exploraron en zonas cercanas.
Sin bosques de Scalesia cordata
«De scalesia cordata, tristemente ya no existen bosques como tal. Solamente quedan unos árboles repartidos por aquí, por allá en el paisaje», señaló.
Haber hallado las nuevas poblaciones, deja la esperanza de la existencia de otras scalesias, que son puntos importantes para la anidación de pinzones de Darwin o el pájaro brujo, mientras que las hojas secas colgantes son un «micro hábitat para un montón de insectos, que son también el alimento para muchas aves», anotó.
Doce de las quince especies de scalesias de Galápagos son arbustos, y las restantes tres crecen como árboles, entre ellas la cordata, endémica de Galápagos, y particularmente, situada en las faldas de los volcanes Sierra Azul y Sierra Negra, donde puede llegar a medir entre 10 y 12 metros.
San José no esconde su felicidad por el hallazgo pues recuerda que la primera vez que fue a la isla Isabela en 2021 caminó alrededor de hora y media y no vio «absolutamente nada», hasta que, de pronto apareció el primer árbol».