Pedro Olvera | 16/09/2024 | 09:41
Buscando ser objetivos y sin que el esfuerzo sea mucho, podríamos establecer que hay por lo menos una coincidencia clara entre AMLO y la oposición o si usted quiere entre chairos y fifíes: que los tiempos han cambiado del 2018 para acá. Y en efecto, la oposición añora -aunque antes hayan tenido reniegos- los tiempos del PRI y del PAN e incluso los tiempos del PRIAN; y por su parte AMLO pregona y la 4T asume que se trata de una nueva era. Quién esto escribe suscribe que sí estamos ante algunos importantes cambios, aunque falte por consolidarse una diferencia definitiva, y lo creo con mayor seguridad en cuanto que ambas partes principales en la división cíclica o histórica en que nos han situado las circunstancias piensan como ya dije que las cosas desde el 2018 ya no son iguales.
Y esto tal vez no sea exclusivo de nuestro país pues en el mundo global en que nos movemos las cosas están cambiando ostensiblemente desde mediados de los 80´s con muchos fenómenos que han ido experimentando como la caída del mundo soviético, el fuerte auge tecnológico e industrial iniciado mayormente por los japoneses, la reintegración de China a la economía internacional, el desarrollo de la redes digitales, el triunfo del Libre Comercio, la supuesta desregulación neoliberal, (estos por acudir sólo al wikipediazo).
Fenómenos que han ido impactando a las sociedades de distinta forma con beneficio a los mejor situados y sumergiendo más a los que quieren salir a flote. Y es que estos impactos que generan crisis en diversos ámbitos de la economía, la política, la ciencia, la salud, y otro muchos, han ido propiciando reacciones de concientización en diversos lugares del globo; de hecho -y aunque se piensa que la globalización inicia desde el siglo antepasado a finales de 1800- es aún fecha en que no conocemos los resultados definitivos del mundo englobado.
De ahí que las crisis y las luchas recurrentes han atravesado por todos los confines, parafraseando al jurista e investigador argentino Gargarella vimos que en los últimos 50 años antes del 2018 el Estado Social retrocedió, el desempleo creció; los más ancianos quedaron desatendidos, los jóvenes no encuentran su lugar; la pobreza se extiende, la vida pública se degrada y se desacredita. Hay conmoción social y muchas personas van a la calle a protestar, muchos pueblos se ponen de pie en contra de injusticias reinantes. Conocemos ya el lenguaje de la disconformidad contra las promesas electorales cíclicas, contra un orden político que dice incluir, pero mantiene el poder en los puños de unos pocos contra un modelo económico que no cumplió con restaurar, sino que empeora el desempleo, la explotación y la marginalidad. Sin embargo, e insistiendo con Roberto Pedro Olvera en el proyecto “Institutional Changes for democratic dialogue”, no podemos hablar de la suerte de haber estado gobernados por dirigentes arrogantes y corruptos; esto es cierto, pero no es lo único pues lo que puede constituir una causa más importante son “cuestiones estructurales, que alcanzan a las reglas e instituciones dominantes y a los principios que las organizan. La cerrazón de nuestros sistemas institucionales y la distancia que tales formas de organización generan entre nosotros y nuestros representantes” explica la incomprensión y descuido de nuestras autoridades ante las demandas sociales. Peor aún las clases dirigentes se ubicaban frente a las manifestaciones y propuestas como si afrontaran un grave peligro (recuérdese el 68, el 71; aguas blancas, matanza de Tlatlaya, etc.) y reaccionaron como gatos acorralados olvidando que la represión puede dar pequeñas victorias, pero genera más y más grandes problemas. Se concebía la democracia como un modo de evitar las opresiones mutuas con el único objetivo de reestablecer el orden ya debilitado frente a riesgo de disrupción permanentes: todo movimiento imprevisto es conflicto, toda disidencia es una amenaza. Los sectores dominantes no han visto la democracia como un mecanismo a través del cual una sociedad de iguales, compuesta de personas que piensan de manera distinta, procesa los desacuerdos que viven en ella y menos aún creen que con diversas ideas se enriquece un sistema. La noción de terrorismo llegó a extender su significado sin que nos diéramos cuenta hasta ser utilizada frente a quienes disentían (Campa, Vallejo, Genaro Vázquez, Lorenzo Radilla, Misael Núñez, Cabañas y en fin estudiantes, maestros, doctores, ferrocarrileros y por supuesto campesinos).
Predominaban o acaso predominan aún las ideas de justicia que favorecen sin cuestionarlas, las normas, reglas y practicas que generan daño. El principio es que cada uno se las arregle (con lo que pueda y si es que puede) sin molestar a los otros. Que cada quien procure lo suyo sin obstruir los beneficios que puedan (los que pueden) obtener los demás. Que nadie ponga en cuestión la estructura que favorece a algunos; que nadie discuta un sistema que silenciosamente va empujando al abismo, empezando por los que están mas a la orilla.
La gente reacciona y se pone de pie, los medios coercitivos empezaron a perder legitimidad y justificación, el estado de cosas injusto en que algunos se benefician con sus vínculos con el poder y otros se perjudican por desafiarlo no puede continuar eternamente. La falta de justicia, pobreza y la desigualdad son injustificadas, los individuos y grupos mejor situados dañan con sus acciones y omisiones a los más vulnerables.
En este contexto se explica la necesidad de reformar las estructuras, las instituciones. No es admisible preservar esquemas que no han funcionado y que cada vez generan menos paz, mayor inseguridad y desigualdad; más descontento. No podemos ver las cosas ni la letra como dogma de fe, la antigua idea de que las leyes eran divinas es hipócrita, engañosa y antepone un derecho a conveniencia de algunos, frente a la idea que siempre debe aparejarse con la norma: la Justicia.
Concluimos que hay una división de opiniones en cuento a las Reformas Constitucionales que de fondo que se están iniciando pues, aunque ya fueron votadas, su instrumentación y desarrollo deberán irse consolidando si tomamos en cuenta la estadística electoral del pasado 2 de junio. Dividir opiniones no es tragedia, ni siquiera es malo sino todo lo contrario.
Lo malo puede ser llevar la divergencia hacia intentos y promociones de guerra civil que seguimos viendo lejanos pero que los espejos, los lentes y los cristales pueden acercar en cualquier jugada perversa del destino (llámese así al uso de kamikazes y fanatismo religiosos, por ejemplo) Tenemos que entender que cada uno vemos las cosas de distinta manera y encontrar el filtro donde podamos coincidir cediendo un poco, pero sobre todo reconociendo lo que no es ilusión óptica sino realidad.
Como se puede leer en “Las dos linternas” de Ramón de Campoamor: “De Diógenes compré un día/la linterna aun mercader; distan la suya y la mía/cuanto hay de ser a no ser. /La blanca la mía parece/ la suya parece negra/la de él todo lo entristece; la mía todo lo alegra. Y es que en el mundo traidor/ nada hay verdad ni mentira: todo es según el color del cristal con que se mira”. Y usted ¿Que cristal usa?