Los amigos pueden ser un apoyo, y hasta una bendición; pero hay algunos, que lejos de ayudar, están siendo un obstáculo.
Los amigos, pueden ser el límite que no nos deje crecer; y sus consejos, podrían ser un tropiezo en el camino.
Tenemos que aceptar, que hay etapas, en qué los enemigos, a pesar de su hostilidad, son el empuje que nos impulsa a seguir adelante
Porque el aplauso del amigo, es adormecedor, y nos vuelve conformistas; y eso, es el obstáculo, que impide llegar a la meta.
Algunos amigos, queriendo ser “buenos”, nos dan consejos prácticos, porque quieren facilitarnos la vida. Pero lo práctico, casi nunca es lo mejor.
Algo semejante le pasó al Señor, con su amigo, el apóstol Pedro.
Cuando Jesús les hace saber, la necesidad de sufrir para llegar a la gloria, Pedro, trató de evitarle el dolor, y le hace otra propuesta.
Así lo narra el Evangelista Marcos: “ Entonces Pedro se lo llevó aparte y trataba de disuadirlo. Jesús se volvió, y mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro con estas palabras: ¡Apartarte de mí, Satanás! Porque tú no juzgas según Dios, sino según los hombres!”. (Mc.8).
El pensar del hombre, esta muy distante del pensar de Dios.
Porque la visión humana, es muy estrecha. Y solo Dios, ve el aquí y también el allá; mira el presente, pero también el futuro.
El hombre, con una visión limitada, busca siempre la salida fácil, aunque a la larga, ésta termine siendo difícil.
Por eso décimos, que los amigos, por querer ayudar, acaban siendo un obstáculo; y menos ayudan, cuando se dejan llevar por una mala inspiración.
Por tanto, no hay mejor consejero que el Señor. Ya que Él, ve lo que nosotros no alcanzamos a mirar.
Y siempre nos va a llevar, hacia el lugar indicado; aunque de momento, tengamos que cruzar por el umbral del dolor.
Pbro. Lic. Salvador Glez. Vásquez.
Evangelio del día
Lectura del santo Evangelio según San Marcos 8, 27-35
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Filipo; por el camino, preguntó a sus discípulos:
«¿Quién dice la gente que soy yo?»
Ellos le contestaron:
«Unos, Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas».
Él les preguntó:
«Y vosotros, ¿quién decís que soy?»
Pedro le contestó:
«Tú eres el Mesías».
Y les conminó a que no hablaran a nadie acerca de esto.
Y empezó a instruirlos:
«El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser reprobado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días».
Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Pero él se volvió y, mirando a los discípulos, increpó a Pedro:
«¡Ponte detrás de mí, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!».
Y llamando a la gente y a sus discípulos, y les dijo:
«Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque, quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará. Pues ¿de que le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma?».