Sobre la espesa fronda de la selva aparecen las cúspides de colosales edificaciones, de más de 40 metros de altura. La Zona Arqueológica de Ichkabal, localizada a 40 kilómetros al poniente de la laguna de Bacalar, y cuya existencia era desconocida hasta finales del siglo XX, fortalece los trabajos encaminados a su apertura al público.
Aunque el antiguo centro político maya empezó a ser objeto de investigaciones por parte del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) en 2009, es mediante el Programa de Mejoramiento de Zonas Arqueológicas (Promeza), derivado del proyecto prioritario Tren Maya, que se ha dado continuidad a su estudio, conservación y puesta al día.
En gira de trabajo, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, y la presidenta electa, Claudia Sheinbaum Pardo, constataron los alcances de las obras en Ichkabal, ejecutadas por la Secretaría de Cultura federal, a través del INAH. Ahí, el director general del instituto, Diego Prieto Hernández, enfatizó que, dadas sus dimensiones y su historia, se convertirá en un gran atractivo cultural de la región, el cual además conecta con la estación Bacalar del Tren Maya.
También destacó los esfuerzos de los trabajadores del Promeza, el apoyo recibido por los ejidatarios de Bacalar y los aportes de arqueólogos como Enrique Nalda Hernández (1936-2010), quien dedicó sus últimos años a desentrañar los misterios de esta urbe, de más de 2,400 años de antigüedad.
“Es probable que Ichkabal haya dado cabida a poblaciones procedentes de la cuenca del Mirador, ante el declive de esta ciudad del norte del Petén guatemalteco”, dijo.
La “nueva” zona arqueológica de Quintana Roo, anotó, fue asiento de la poderosa dinastía Kaan’ul, o de la Serpiente, que surgió en Dzibanché y se desplazó a Calakmul, extendiendo su influencia al norte del territorio que hoy ocupa Guatemala, llegando así a rivalizar con Tikal.
“Aunque el auge de Ichkabal se dio entre los años 200 y 600 de nuestra era, siguió fungiendo como un importante centro de poder que articulaba las regiones de la selva maya chiapaneca y campechana con el Petén guatemalteco y el oriente de la península de Yucatán, hasta el siglo XVI”, abundó el titular del INAH.
De ese esplendor, gracias al Promeza, se han liberado y consolidado, en su totalidad o parcialmente, una docena de estructuras de diversas alturas y volúmenes, cuyas fachadas fueron desmontadas por los habitantes del lugar en su época de decaimiento, según las hipótesis del equipo arqueológico, el cual lideran Luz Evelia Campaña y Javier López Camacho.
Como indica su traducción del maya, “entre bajos”, Ichkabal se emplazó en terrenos que tienden a inundarse durante periodos de lluvia, por lo que cuenta con una gran obra de ingeniería hidráulica: un reservorio de planta rectangular, de 80 por 60 metros, conocido como Aguada de los Cocodrilos, hecho por los mayas antiguos para contar con agua todo el año.
De acuerdo con el levantamiento fotográfico y las imágenes aéreas captadas con tecnología LiDAR, la cual permite registrar la presencia de estructuras arquitectónicas debajo del manto forestal, el asentamiento prehispánico tuvo una extensión de más de 60 kilómetros cuadrados, y tenía conexión con Dzibanché por medio de un sistema de caminos o sacbe’ob, de 40 kilómetros.
Próximamente, las y los visitantes de Ichkabal se encontrarán ante algunas de las estructuras más grandes del territorio maya, características del estilo Petén por su verticalidad y prominencia, y otras de gran belleza y elegancia, como el Edificio 4, que conserva una escalinata de peldaños estucados, rastros de pintura y mascarones de hasta 5 metros de altura, en su fachada; o el Edificio 5, que también preserva pintura mural, glifos y bajorrelieves de personajes asociados al inframundo.
La traza de la ciudad les conducirá por un conjunto de calzadas que conectan los conjuntos ceremoniales, las áreas habitacionales y los humedales dedicados a la agricultura que, en conjunto, expresan la monumentalidad que alcanzó esta urbe precolombina.