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Homilía: Hay silencios que hacen daño

Pbro. Lic. Salvador González Vásquez | 08/09/2024 | 02:33

El silencio es una virtud; pero, no siempre es la mejor opción. 
 
Hay ocasiones, en que no se vale permanecer callado.
 
Es indispensable, que demos salida a lo que llevamos dentro; porque retenerlo, puede abrir heridas.
 
Dios nos hizo para vivir  dialogando; no para estar atrapados entre  los  buenos o malos pensamientos, y también  sentimientos.
 
Algunos, con el pretexto de la prudencia, se quedaron callados, cuando era necesario, haber hablado.
 
Por eso afirmamos: que hay silencios que hacen daño.
 
Están las personas, que con su silencio, lejos de ayudar,  lastiman y se  lastiman.
 
El silencio, también es violento; ya que, perjudica tanto al que calla como al que espera una respuesta.
 
Para que haya vida en el espíritu, es indispensable hablar, y ser escuchado.
 
Pero, el egoísmo nos está dejando sordos, y también tartamudos; es decir, con una dificultad para expresar lo que sentimos.
 
Hoy, esa realidad es presentada en el Evangelio, donde nos dicen,  que  llevaron ante Jesús, a un hombre sordo y tartamudo. 
 
Y, con respecto a la actitud de Jesús, dice el Evangelio: “Después, mirando al cielo, suspiro y le dijo: ¡Effeta! (que quiere decir ¡Ábrete!)”. (Mc.7).
 
El hombre, está cerrado a Dios y al mundo; y prefiere no oír, ni hablar, para no tener que comprometerse en el mundo en que vive.
 
Y el Señor, con una orden, le dice; ¡Ábrete! Porque solo con apertura, es posible recuperar la salud, y también la vida.
 
Dios, nos da fuerza para hacer frente a   la realidad, antes que  cerrarnos ante ella.
 
Hay que arriesgarse a hablar, pero antes, es importante escuchar, para estar conscientes, de lo que vamos a decir.
 
Pbro. Lic. Salvador Glez. Vásquez.
 
 
Evangelio del día
Lectura del santo Evangelio según san Marcos 7, 31-37
 
En aquel tiempo, dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del mar de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo, que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga la mano.
Él, apartándolo de la gente, a solas, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua.
Y mirando al cielo, suspiró y le dijo:
«Effetá» (esto es, «ábrete»).
Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba correctamente.
Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos.
Y en el colmo del asombro decían:
«Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos».