El rostro del escritor taiwanés Chi Ta-wei adquiere una expresión grave al recordar la década de los 90. La isla estaba recuperando derechos y libertades tras casi cuatro décadas de ley marcial, sí, pero la población LGTB continuaba en los márgenes del sistema.
“Cuando iba a la universidad, no tenía muchas opciones para expresarme, y una forma muy legítima de hacerlo era escribir una novela (...). Tenía una identidad muy diferente al ‘mainstream’ en los 90. La sociedad taiwanesa estaba cambiando, pero todavía era ampliamente homofóbica, así que encontré mi refugio en la escritura”, afirma.
Ese afán por dar rienda suelta a sus sentimientos y “contradicciones” cristalizó en “Membranas” (1995), un clásico de la literatura queer taiwanesa que aterrizó en las librerías españolas a principios de este año de la mano del traductor Alberto Poza.
Durante una entrevista con EFE en Taipéi, Chi se muestra “sorprendido” y “aturdido” por el interés que ha suscitado su novela entre los lectores europeos, quienes la interpretan “de forma muy distinta a los taiwaneses”.
“Los lectores taiwaneses tratan el libro como un ejemplo de literatura queer, pero en Italia, por ejemplo, estaban más interesados en los desastres climáticos de la novela”, reconoce Chi, cuya obra se ha traducido a ocho idiomas.
Las páginas de “Membranas” ofrecen una visión particularmente desmoralizadora sobre cómo sería la vida en la Tierra a finales del siglo XXI: la humanidad termina por refugiarse en el fondo de los océanos, huyendo del exceso de radiación provocado por la ausencia de capa de ozono en la atmósfera.
Los riesgos de la hipervigilancia tecnológica, el impacto del calentamiento global o el poder insaciable de las grandes corporaciones son algunos de los temas que aparecen en esta obra, calificada por muchos de “profética”, aunque Chi reniega de esa definición.
“(El libro) está escrito sobre la base de muchos trabajos previos que son más proféticos que ‘Membranas’”, señala el escritor taiwanés sobre un título que bebe enormemente de los grandes referentes de la ciencia ficción.
En este contexto conocemos a la protagonista, Momo, una esteticista de éxito que vive en la más absoluta de las soledades y que emprende una búsqueda identitaria a partir del reencuentro con su madre.
“Creé un personaje así de solitario porque creo que muchas personas no-heteronormativas en el Taiwán de los 90 eran solitarias”, asegura Chi acerca de una figura, Momo, que encapsula muchas de sus experiencias personales respecto al género. “Creo que parte de los elementos transgénero que se ven en la novela son un legado de la confusión del siglo previo”, admite.
“Membranas” imagina un futuro en donde el género masculino no es el dominante y los cíborgs son una realidad consagrada: la propia Momo pasa por una suerte de cirugía de reasignación de sexo y tiene partes del cuerpo robóticas, desdibujando las fronteras entre lo humano y lo artificial y diluyendo el binarismo de género.
Esta dimensión “trans” de la novela fue lo que más llamó la atención de Alberto Poza, docente universitario e investigador español, quien trató de imprimir su propia visión de la “disforia” en su traducción al castellano.
“Me interesaba sacarlo del discurso trans más mediático: la idea de que una persona trans es alguien que se mueve, que se desplaza de un lugar en el que está descontenta hacia otro”, explica a EFE el traductor, muy influido por el filósofo Paul Preciado, que describe la disforia como “un malestar, un no poder seguir con la vida”.
“Quería que la novela participara de esa forma de entender la disforia y la experiencia transexual, que creo que es más amable con las personas que la viven, porque no es tan estricta ni marca según qué obligaciones”, subraya.
Ya sea por su carácter profético, sus elementos de ciencia ficción o sus reflexiones en torno a la identidad y el género, “Membranas” ha caído de pie en el mercado editorial español: la novela lleva dos ediciones y ha llamado la atención de muchos lectores entusiastas, reforzando la convicción de Chi Ta-wei de centrarse únicamente en la literatura.
“Antes de la pandemia quería enfocarme en mi carrera académica, pero después mi libro se tradujo a varias lenguas europeas, y me di cuenta de que tenía más interés en los lectores europeos que en los revisores académicos”, comenta un escritor que, a sus 52 años, está viviendo una segunda juventud gracias a su primera novela.