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La gran rebelión maya 'perdió una batalla, pero ganó la guerra'

INAH | 23/08/2024 | 14:35

La Guerra de Castas permitió a los pueblos mantener su autonomía, sin que ejército alguno pudiera dominarlos por más de 50 años; “en el umbral del siglo XX, los indígenas perdieron esa batalla, pero ganaron la guerra. Prueba de ello son los mayas que hoy habitan la península de Yucatán”, sentenció la investigadora emérita del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), Leticia Reina Aoyama.
 
Con una ponencia sobre la rebelión maya abrió el Foro de Historia: Resistencias, descontento y revolución en el sureste de México, organizado por la Dirección de Estudios Históricos (DEH) del INAH, en la Feria Internacional del Libro de Antropología e Historia, la cual, en su 35 edición, tiene como invitado a un territorio clave en el desenvolvimiento de esta resistencia social: Quintana Roo.
 
En el Museo Nacional de Antropología, la autora de Las rebeliones campesinas en México, 1819-1906, expuso que “la cohesión del grupo y las revitalizadas formas de organización político-religiosas, de origen prehispánico y colonial, permitieron a los mayas de la región desafiar las políticas emitidas por los representantes del gobierno, las cuales no solo buscaban arrebatarles sus tierras, sino que pretendían destruirlos como grupo étnico”, dijo al comparar su caso con los de los yaquis de Sonora y los chamulas de Chiapas.
 
En el encuentro editorial, organizado por la Secretaría de Cultura federal, a través del INAH, recordó que el origen de esta rebelión contra mestizos y criollos está en el trastocamiento de la ancestral forma de vida comunal de los mayas. 
 
En las primeras décadas del México independiente se emitieron leyes, como la del deslinde y colonización de terrenos baldíos, que supuso el despojo de sus tierras para la plantación de henequén, y a las que incorporaron como peonaje.
 
La reacción violenta a la que fueron sometidos se vio también favorecida por la división existente entre la oligarquía campechana y la yucateca. Ambos grupos, durante el conflicto político de 1840, habían armado a los indígenas, fue así que se abrió un espacio para que la protesta tomara fuerza en las comunidades ubicadas en los límites de las plantaciones henequeneras y cañaverales. 
 
“En esta zona comenzaba el territorio maya y, justo allí, arrancó la rebelión. Los primeros grupos que se levantaron provenían del sur y oriente de Yucatán, encabezados en un principio por Manuel Antonio Ay, Cecilio Chi y Jacinto Pat. Su avance y expansión provocó que sus antagonistas, antes divididos, unieran esfuerzos”, explicó Leticia Reina. 
 
En el conversatorio, moderado por el director del Museo Nacional de Historia, Salvador Rueda Smithers, la especialista señaló que un factor decisivo para la prolongación del conflicto maya fue el patrón de asentamiento disperso, favorecido por el sistema agrícola de tumba-roza-quema. Al hallarse cerca de los centros hegemónicos hubo una continuidad del sistema social y político maya, de corte teológico-militar.
 
“Así, al principio, aparentaron un fraccionamiento de la lucha, pero, en realidad, la sobrevivencia de este sistema de organización les permitió resistir varias décadas en combate, ya que ni las tropas estatales ni las federales, pudieron descabezar el movimiento”, precisó.
 
Como expuso el también investigador de la DEH, Alejandro de la Torre Hernández, el esclavismo que ejercía el régimen porfirista en la península de Yucatán fue ampliamente denunciado en las páginas de Regeneración.  Un fenómeno que, anotó, es por demás vigente si se atiende a las cifras de la Organización Internacional del Trabajo que, en 2023, reportaba que alrededor de 40 millones de personas en el mundo viven en condiciones de esclavitud.
 
Durante su segunda y tercera épocas, entre 1904 y 1906, indicó, este periódico anarquista, con Ricardo Flores Magón a la cabeza, dedicó 60 artículos a la situación en Yucatán, un aproximado de 200 cuartillas. El primero de ellos, Consecuencias de la tiranía, la barbarie oficial, abordó la deportación de los yaquis rebeldes a las plantaciones henequeneras de Yucatán.
 
“Desde los últimos años del siglo XIX, en el imaginario político de los opositores al régimen porfiriano, Yucatán era retratado como una tierra agreste, destinada a la deportación de criminales, cautivos, disidentes políticos y soldados insubordinados. La prensa nacional la llamaba Siberia mexicana.
 
“La batalla que dieron los periodistas opositores fue la del lenguaje, refiriéndose a la oligarquía yucateca como ‘esclavista’, ‘negrera’; llamaron al gobernador Olegario Molina Solís, ‘Nerón del Cientificismo’. Las haciendas eran retratadas como lugares infernales, en particular la de Xcumpich, propiedad del hermano, Audomaro Molina, al que apodaron ‘La hiena’”, finalizó el investigador.
 
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