De un formalismo impecable, cada fotografía de Flor Garduño (Ciudad de México, 1957) parece contener la dicotomía yin-yang, el encuentro de dos fuerzas opuestas y complementarias. En sus composiciones en blanco y negro, mientras un resplandor se filtra en la oscuridad, zonas umbrías se advierten en la claridad, donde luz y sombra se contienen mutuamente.
Flor Garduño, una de las principales exponentes de la fotografía mexicana fuera de nuestras fronteras, será galardonada por la Secretaría de Cultura del Gobierno de México, a través del Sistema Nacional de Fototecas (Sinafo), del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), con la Medalla al Mérito Fotográfico, un reconocimiento a 45 años de trayectoria, siempre revelando aspectos asombrosos de habitar un mundo todo cielo, mar y tierra.
Con una inclinación a las artes plásticas desde su infancia, su ingreso a la Academia de San Carlos era casi una obviedad, algo “orgánico”, como ella define.
No obstante, se muestra sorprendida del galardón que recibirá este viernes 12 de julio de 2024, en el Museo Nacional de Antropología, en el marco del 25 Encuentro Nacional de Fototecas, en un año en el que, además, le fue conferido el Premio Sor Juana, del Museo Nacional de Arte Mexicano, en Chicago, Estados Unidos, y expuso Senderos de vida, en el Museo del Palacio de Bellas Artes.
Como el proceso detrás de sus series y libros, el cual procura de forma obsesiva para que queden “redondos”, esta etapa vital parece tener el cierre justo a lo que ha construido desde el primer día en que, en el taller optativo que impartía Kati Horna, reveló su primera toma: “Cuando vi la foto, dije, allí está lo que quiero; algo sentido e inmediato, en comparación con la pintura o el grabado”.
Sus primeras dos fotografías contenían tal fuerza expresiva que Arnold Belkin le sugirió no seguir perdiendo el tiempo yendo a clases, y la recomendó con el maestro Manuel Álvarez Bravo quien, al observar esos pinitos, volteó hacia ella y opinó: “Espero, y le deseo, que siga haciendo primeras fotos toda su vida”.
Ese par de imágenes, protagonizadas por un gato negro al final de una escalera, y unos tubos de gas y varillas en el piso, abren y cierran su reciente libro, homónimo a la muestra en Bellas Artes. Mediante el claroscuro y una profundidad que rompe la bidimensionalidad, ambas desvelan que la formación como fotógrafa de Flor Garduño, “es meramente pictórica”, según sus palabras.
“Me he interesado por la fotografía. Admiro a ciertos autores y autoras; tengo mis pasiones, pero nunca como los grandes pintores o el arte de las antiguas culturas. Cada día estudio algo de historia del arte, a cualquier pueblo o ciudad que vaya visito museos e iglesias, donde están las mejores pinturas. Es lo que gozo y me alimenta el alma”, expresa.
Bajo esta égida, la creadora ha procurado, a la par de sus exposiciones, la publicación de un libro de calidad, llámese Magia del juego eterno, Mesteños, Testigos del tiempo, Flor, Trilogía, PhotoPoche, Senderos de vida…, “como respeto a mis imágenes y a quienes las miran, porque finalmente eso es lo que queda”, de manera que cada volumen representa una época de trabajo.
Por el momento, a Garduño no le interesa una retrospectiva, y está por comenzar un proyecto en torno a su trabajo de retrato, un género en el que se siente cómoda y logra capturar la esencia de los personajes, como le comentó Juan O’ Gorman al ver el suyo: “Niña, es el mejor que me han tomado en mi vida. Es una foto mortuoria”; una semana después, el célebre pintor se quitaba la vida.
Ese libro en el tintero será un gesto de admiración y agradecimiento a quienes le han ayudado en su carrera, allí aparecerán sus maestros Kati Horna, Manuel Álvarez Bravo, Mariana Yampolsky, Gisèle Freund, el propio Belkin, Francisco Toledo (quien promovió su primera muestra y publicación), así como Guillermo del Toro, Antoni Tàpies, Juan Rulfo y Gabriel García Márquez, y tantos más.
Tras la captura de realidades cotidianas de comunidades rurales de México y Latinoamérica, sus imágenes de still life o “naturalezas silenciosas” (como prefiere llamarlas), desnudos y retratos; hasta la complejidad de sus paisajes ficticios, a partir de montajes sutiles que conjugan luces, contrastes, objetos y texturas, hay un hilo conductor: el trabajo incansable.
“Te pueden o no gustar mis fotos. Estoy de acuerdo, pero no puede decirse que están mal hechas, ni en carbón, ni en plata sobre gelatina, ni en platino paladio. A esta altura del partido, tras dominar esas técnicas, tengo el derecho de hacer lo que quiera; y cabe decir que una foto en carbón, impresa digitalmente, lleva el mismo esfuerzo y tiempo que si estuviera en el cuarto oscuro.
“Considero que he sido una fotógrafa agraciada, he tocado la puerta en el momento justo, pero con un trabajo constante y tenaz. No recuerdo una época en la que haya dejado de fotografiar por cuestiones personales, de salud o de otra índole, porque mi hacer es lo que muchas veces me ha sacado adelante”, finaliza Flor Garduño, quien ya es un solo ser con la fotografía.