Poner el pie en el apartamento de Gerardo Montiel Klint (Ciudad de México, 1968) es cruzar el umbral hacia una imagen mental, lo que ha perseguido incansablemente con el uso del soporte fotográfico: “Pasados los años sigo reflexionando, y lo que siempre he querido crear son imágenes, como si fueran memorias, recuerdos”.
En el centro de la estancia, su alargada figura, envuelta en negro, se alza sobre las paredes blancas donde la toma en primer plano de un arma homicida, hecha por Enrique Metinides, convive con una de las paradojas alucinantes del maestro del fotomontaje, Jerry Uelsmann. En lo alto de otro muro, un coyote, sacrificado por la sobrepoblación de su especie, simula correr todavía en el desierto coahuilense.
Mientras posa con una de las calaveras-objeto que ha intervenido, una interpretación personal de las antiguas máscaras-cráneo, afirma: “Este es el vehículo, la barcaza del inconsciente. Aquí dentro está todo”. Previo a que le sea conferida la Medalla al Mérito Fotográfico, por parte de la Secretaría de Cultura del Gobierno de México, Montiel Klint decide abrir en conversación parte de lo que habita allí, en su mente, como lo ha venido haciendo por décadas a través de sus imágenes.
El próximo 12 de julio de 2024, el creador recibirá tal distinción en el Museo Nacional de Antropología, donde alguna vez trabajó en el registro de las colecciones arqueológicas. Dice sentirse honrado, porque el galardón lo otorga el Sistema Nacional de Fototecas (Sinafo), del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), una institución que cobra vida y sentido gracias a profesionales de diversa índole: investigadores, conservadores, historiadores y críticos, que son “piezas insustituibles de un complejo andamiaje”.
Quien haya observado alguna foto o serie de Montiel Klint, sabe que corre un riesgo: cada imagen es el disparador de “algo” que altera el estado anímico y lo arroja a lugares que, si bien sabe de su existencia, preferiría esquivar. Él actúa con premeditación, alevosía y ventaja, y lo confiesa:
“Marco Antonio Pacheco, quien fue mi profesor en un taller destinado a la creación de proyectos personales, en el Centro de la Imagen, decía: ‘El que impone, propone’. Para mí, tener qué contar, algo que imponer mediante la imagen, está en el discurso. Esa lección me permitió diferenciar entre ser un operador de la cámara, a ser un creador que utiliza el soporte fotográfico para darle voz a pulsiones que me interesa madurar y sacar.
“Una de las muletillas sobre la fotografía es que se trata de trabajar con la luz. A mí me interesa la contraparte, la sombra, porque sin ella no hay volumen, estás en un plano bidimensional. Por eso trabajo con y desde la sombra, el inconsciente, lo que está más allá; si el mar es la superficie, intento sumergirme en la profundidad donde están los monstruos marinos, los miedos”, reflexiona.
En su caso, la fotografía ha sido una herramienta de autoexploración, de manera que, en cada una de sus puestas en escena, entran en juego diversas plataformas y disciplinas, como la psicología y la filosofía, para indagar en conflictos existenciales. De este modo, ha cimentado una iconografía propia en la que se observa una obsesión por modificar y superar la realidad preexistente, con temas recurrentes, pero entrelazados.
“Desde niño, el mundo de las enfermedades mentales, de las injusticias sociales, del inconsciente, las afectaciones psicológicas eran de lo que se hablaba en casa”, explica Montiel Klint hurgando en su pasado, marcado por la muerte temprana de su madre y el apego a su padre, psiquiatra y director del Reclusorio Varonil Sur, en Tepepan, a quien a menudo acompañaba al trabajo, y donde conoció a criminales anónimos y célebres, como el feminicida “Goyo” Cárdenas.
“En series que trabajé hasta el 2014, por ejemplo, Ex Tenebris, Desierto, Volutas de humo, Primeros apuntes para una teoría del infierno…, exploré el acto fallido, la muerte, el desasosiego, la enfermedad, es decir, el Tánatos, el instinto de destrucción. Y de 2015 para acá, me empezaron a interesar la nostalgia, la melancolía, lo sublime, la contemplación. Ahora, he mudado al mundo del Eros.
“Estos últimos años me ha interesado una búsqueda más filosófica, introspectiva, y la empecé con la serie Finlandia. La titulé así, no por el país, sino con la idea del fin del camino, de hacer un viaje interior, algo que a muchos nos planteó la pandemia de la COVID-19. Asimismo, con esta serie me interesó despegar lo fotográfico de la fotografía”, explica el autor.
Sumergido en carices metafísicos, Gerardo Montiel Klint no pierde el tiempo en la eterna discusión de si la fotografía miente o dice la verdad, puesto que está convencido de lo expresado por Thomas Ruff, acerca de que esta (la fotografía), por su naturaleza, ha cambiado la consciencia de los humanos. En ese sentido, finaliza, sus imágenes son como cartas del tarot que, según plantea la terapia junguiana, es una herramienta para acceder al conocimiento del inconsciente.