Jorge Chessal Palau | 05/06/2024 | 23:06
HAN PASADO YA MÁS DE quinientos trece años aproximadamente desde que vio la luz el Encomium Moriae (Elogio de la Locura) de Erasmo de Rotterdam. Lejanos quedan aquellos tiempos y tan cercanos sus conceptos.
ANTES QUE NADA QUIERO LLAMAR tu atención, lector, sobre un detalle de semántica: en el Siglo XVI de nuestra era, un jurisconsulto era un sabio del Derecho, que tenía en sus manos la creación de las leyes, además de su defensa en tribunales; hoy tienen esa facultad, a nivel local, los diputados, el Ejecutivo estatal y los ayuntamientos, que de lo único que no tienen obligación de saber es de Derecho.
LAS NORMAS LAS ELABORAN LOS políticos, de los cuales solo unos cuantos tienen formación jurídica; los demás ven en el Derecho algún oscuro grimorio o intrincado laberinto. Y de los que saben de leyes por su formación, no hay garantía que su memoria sea tal que les permita recordarlo al momento de legislar.
DE ACUERDO A LA MITOLOGÍA, Sísifo fue obligado a empujar en el infierno una piedra enorme cuesta arriba por una ladera empinada, pero antes de que alcanzase la cima de la colina la piedra siempre rodaba hacia abajo, y Sísifo tenía que empezar de nuevo desde el principio.
ERASMO COMPARA A LOS jurisconsultos con Sísifo, empujando pesadas rocas a la cima de una montaña, de la cual se despeñan hasta la base, solo para comenzar de nuevo.
CAMBIEMOS SOLO LA PALABRA “jurisconsulto” por “legislador” y tendremos una más clara imagen de nuestro tiempo, donde nuestros políticos empujan las regulaciones absurdas, suponiendo el beneficio de la sociedad y unas letras en las páginas de la historia, solo para demostrar, al tiempo, que esas normas-roca solo sirven para erigir un monumento a su estupidez.
CIERTO ES QUE HAY EXCEPCIONES a la regla; sin embargo, la gran mayoría de quienes tienen a su cargo aprobar leyes y reglamentos, al igual que los jurisconsultos, consideran su trabajo como extenuante y esencial y no comprenden la ingratitud de la posteridad que juzga duramente su labor, al quedar probados en sus obras sus errores y defectos.
EXISTEN DOS CLASES DE hacedores de reglas, en cuanto a la justificación de su estulticia (y esto es un eufemismo) a saber, los que son Sísifos activos, creyentes vanidosos de sus capacidades (ausentes) y otros que lo son por omisión, aplicando la ley del menor esfuerzo ante lo ignoto, el Derecho. Sin embargo, ambos conviven felizmente para darnos las normas que, las más de las veces, no nos merecemos.
ESTE ESCENARIO TAMBIÉN SE manifiesta claramente en la expedición de bandos y reglamentos municipales por los ayuntamientos en nuestro país; por tal motivo, en la aprobación de estos debe privilegiarse la consulta ciudadana en sus diversas expresiones.
NO SON LAS “GRANDES IDEAS” gestadas en torres de marfil, sino en las calles, en las plazas, en los mercados y en los jardines las que debe tener un alcalde (que sabe escuchar) y su Cabildo a la vista para la gobernanza debida de una ciudad.
@jchessal