Cada año, en los diferentes nichos ecológicos del territorio mexicano, el campesinado siembra un promedio de 1,400 millones de plantas de maíz, de las que lleva a cabo una selección para el siguiente temporal, y lo hace con “el experimento más grande e irrepetible del mundo”, comentó el fundador y coordinador de la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio), José Sarukhán Kermez, en la mesa de diálogo “Defensa de los maíces de México”, organizada por la Secretaría de Cultura federal, a través del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
En su disertación, resaltó que se trata de un proceso repetido “año tras año, tras décadas y siglos”, en la superficie que hoy llamamos México, y son los y las campesinas los guardianes de ese saber, “contrapuesto al uso de semillas comerciales, que son de un solo tipo y no funcionan adecuadamente.
“Esta fuente de evolución, bajo domesticación, es el arma más potente que cualquier país puede poseer para mantener su producción alimentaria”, dijo el exrector de la Universidad Nacional Autónoma de México, en la actividad desarrollada en el marco del 10 aniversario del seminario permanente “La investigación histórico-antropológica de la comida. Metodología y heurística”, de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH).
En la mesa de diálogo, realizada como parte del programa académico del INAHfest, el cual tuvo lugar en dicho centro educativo, participaron otras dos defensoras de la biodiversidad de la nación, la investigadora independiente Cristina Barros Valero y la representante de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), Adelita San Vicente Tello.
Cristina Barros, quien se ha desempeñado también como difusora de la gastronomía mexicana y forma parte de la campaña “Sin maíz no hay país”, reiteró que México es el centro de origen y diversificación constante del maíz, una planta que, a partir de un don de la naturaleza, el teocintle, fue domesticada a lo largo de, al menos, 1,000 años.
“Hoy están presentes en nuestro territorio: 64 razas que se desdoblan en miles de variedades. Son maíces con los colores de los cuatro rumbos: rojo, amarillo, blanco, negro, y también el pinto que, en algunas culturas, se coloca al centro como eje, formando un quincunce”, expresó la guionista curatorial de Cencalli: Casa del maíz y la cultura alimentaria, en el Centro Cultural Los Pinos.
No obstante, esta cultura milenaria se ve en riesgo. Desde el siglo XIX, en Estados Unidos se introdujo la técnica que da lugar a los maíces híbridos, los cuales resultan de controlar la polinización cruzada, avanzando así una primera etapa de la privatización de las semillas, al surgir empresas que patentan y venden semillas con características específicas y homogéneas; a lo que se suma la siembra tecnificada, el monocultivo en grandes extensiones de terreno, bajo riego, y la presencia de fertilizantes químicos y plaguicidas.
“Estas prácticas de agricultura industrial hoy son señaladas como una de las mayores causas del calentamiento global, cuyas consecuencias vivimos en estos días”, adujo la escritora, nombrada como Caballero, por decreto de la Orden Mundial de la Academia Culinaria de Francia.
Por su parte, la directora general de Recursos Naturales y Bioseguridad de la Semarnat, Adelita San Vicente Tello, abundó sobre el desarrollo del panel de controversias iniciado por Estados Unidos contra México, derivado de la publicación del decreto presidencial por el que se establecen diversas acciones en materia del uso de glifosato y maíz genéticamente modificado.
Explicó que tal decreto tiene el objetivo de proteger el derecho a la salud y a un medio ambiente sano, al maíz nativo, la milpa, la riqueza biocultural de las comunidades campesinas y del patrimonio gastronómico; así como garantizar la alimentación nutritiva, suficiente y de calidad.
Desde la Semarnat, expuso, “nuestra propuesta es construir un nuevo paradigma de protección de la biodiversidad. Desde 2001, se ha intentado legislar para dar acceso a los recursos genéticos, afortunadamente ninguna ley ha pasado.
“Lo que queremos es proteger desde la base, partiendo de los especímenes silvestres, como los teocintles, en el caso del maíz. Es necesario armonizar los marcos jurídicos y tener un Estado capaz de salvaguardar los recursos genéticos y el conocimiento asociado, como elementos del patrimonio biocultural”, concluyó San Vicente Tello.