Había que acomodarse, tomar el mejor lugar, y es que no era un partido cualquiera, se trataba de una final, además una final con sabor a revancha y así lo entendía la Guerrilla quien de inmediato se puso de acuerdo para armar un pasillo que atestiguara el acceso al coloso de la Valle Dorado por parte del transporte que trasladaba a sus idolos.
Las vengalas en su máximo punto, lel retumbar del tambor y el ánimo de la trompeta, era el común denominador de la caravana de color que se lució con tremendo recibimiento, la idea... La idea era hacerse sentir.
En el asiento principal iba Alfonso Sosa, el timonel de los potosinos, con su semblante siempre serio pero ahora más metido que de costumbre, y como no iba a meterse si la gente, se le entregaba por completo, haciéndolo sentir una vibra sin duda especial.
Y así como en un parpadeo el autobús fue tragado por las entrañas del Alfonso Lastras que por dentro también ta vibraba para la final de vuelta, ante el gran pez.
