Señoras y señores, son tiempos de guerra. La guerra por el cine ha dejado de ser fría, los balazos han sido soltados, el streaming vs la sala de cine es una realidad, mientras uno encuentra en Netflix a un campeón de imbatible apariencia, el otro ha mandado a la guerra auno de sus máximos exponentes, su hijo prodigo y aparente mesías: Christopher Nolan, en buscar de dar un golpe de autoridad en esta guerra con su película Dunkirk.
No es casualidad que Nolan sea el campeón de los defensores de la experiencia tradicional, es una persona brillante, tiene un sentido de ubicación en el mundo impresionante, estoy seguro que lo podemos dejar en un mercado con unas cuantas prendas de ropa viejas que usaban nuestras tías en los 90s y el cabrón va a venderlas a precio de diseñador y va a comenzar a generar una tendencia en la juventud, sé que así sería pues justo eso ha hecho con el cine y Dunkirk es una prueba de eso...y no, esto no es una crítica.
El inicio de la película es impactante, una toma de ambientación en el corazón de Dunkirk seguimos a un grupo de jóvenes soldados ingleses recogiendo folletos que caen del cielo, en estos se les notifica a ellos (y a nosotros como espectadores) la situación de las tropas, están rodeados y para salir de ahí necesitan de un milagro, sabemos que es un milagro lo que necesitan pues Nolan se encarga de (mamadoramente) sobre explicarlo con un texto sobre un fondo negro, por si no le habían entendido, claro.
Imaginen que Nolan está sentado en su puesto del mercado, se da cuenta que nadie le comprara esos viejos vestidos si solo los exhibe, no, eso no es interesante, pero, ¿Qué pasa si exhibe los vestidos de cabeza? ¿Qué pasa si acepta que son vestidos viejos, pero, están en otra forma?
La película nos cuenta tres historias a la vez, la de los soldados que quieren salir de Dunkirk que sucede a lo largo de una semana, la de un buen samaritano y su hijo que va en su yate a sacar soldados de Dunkirk, esta sucede a lo largo de un día y la otra, es de un piloto de guerra que quiere despejar el cielo para que los soldados puedan evacuar la isla, esto sucede en una hora. Nolan y su genialidad nos narran esta historia en tres tiempos diferentes entrelazados para formar uno, en lo personal me parece muy inteligente como lo hace, el problema viene, cuando esos tres tiempos se hilan por elementos completamente manipuladores y no por la historia en pro de generar un discurso, lo que nos lleva a una carencia de coherencia en este último apartado. Que Nolan cuente una historia a través de una experiencia no me sorprende, pues como les dije antes, no es coincidencia que él sea de los principales exponentes y defensores de la experiencia en una sala de cine.
Farrier pilotea un avión de guerra y sabe que tiene que retirarse a cargar combustible en su base, pero que si lo hace los enemigos tendrán una oportunidad para evitar que los soldados ingleses dejen la isla de Dunkirk, heroicamente, Farrier regresa. La escena es fuerte, el conflicto, el drama está ahí, presente, si diálogos, no se necesita más, pero eso no aporta lo suficiente a la experiencia, ahí es cuando el director decide acompañar el momento en el que el piloto toma la decisión con un constante tick-tack de reloj, una estruendosa música cuando da la vuelta a su avión y una toma del avión que vuela hacía nosotros dejando el sol a su espalda filmado en 70mm… que en realidad solo se puede apreciar en muy contados cines. (Ninguno en San Luis Potosí)
No hay elemento más fácil para hacer sentir que la música, ahí radica la belleza del arte, todos tenemos una canción para cada momento, el cine mismo se ve beneficiado de esta colaboración de las artes en muchos momentos de su historia, pero ¿Cuál es su límite? ¿Hasta dónde es realmente necesaria? Dunkirk me dejo muchos cuestionamientos sobre el uso de este elemento y es que es tan sobre explotado que se siente la desesperada necesidad por llamar la atención del público, de hacerlo voltear hacía las salas de cine y de generar en ellos un sentido de heroísmo al ser parte del ritual que es ver una película.
Mientras Netflix conquista a su audiencia con una propuesta que incluye, precios bajos, un catálogo de películas en su mayoría comerciales o palomeras y la posibilidad de disfrutar su contenido en calzones y enfundado en las sabanas de la cama. Del otro lado, nos ofrecen elevados costos por función, un límite de horarios, carteleras completamente llenas por los mismos tres o cuatro estudios más fuertes en la industria desesperados por vendernos emociones y momentos, no historias con películas como Dunkirk.
El trabajo de Nolan en esta última película me parece es brillante como director, la maestría para contar su historia en esos tiempos y valerse de la imagen para generar algo está genial, pero, su carencia para generar un discurso queda expuesta al valerse de la sobre exposición de los elementos que están para adornar y no para contar algo en pro de generar una experiencia y no de contar una historia.
Es aquí donde entonces yo me cuestiono sobre el objetivo de esta guerra, ¿no debería ser el hacer cine lo más importante? La respuesta es clara, sí.
Pero, ¿qué es el cine? En lo personal, es un lenguaje, no una experiencia, una forma narrativa a través de la imagen y que se puede valer de otros elementos, mientras no sean herramientas para sobre explicar o forzar las emociones, sino para contar una historia, para crear un discurso.
Al final del día, creo, la industria no le da más de tres semanas de vida a la “experiencia” de ver una película en una sala de cine, en cambio el tiempo se encarga de darle vida a las grandes historias, en el formato que sea.
Nos leemos en la siguiente