Pedro Cervantes Roque | 14/07/2019 | 15:22
Con una velocidad inusual en el caso del gobierno federal, la administración del presiente Andrés Manuel López Obrador llegó a su primer semestre con la sensación de haber transitado por un periodo sexenal por el número de sucesos que se han eslabonado sin dar tiempo a su análisis cabal y a la valoración de opciones que pudieran cambiar las consecuencias. La reciente renuncia del Secretario de Hacienda y su inmediata sustitución abre la posibilidad de que otros cambios o renuncias ocurran cuando el gobierno no llega a su primer año de labores.
Si la cuarta transformación es una carrera vertiginosa de episodios políticos, administrativos, de mucho ruido y pocas nueces, entonces nos espera un sexenio que va a requerir varios legajos para registrar su historia, para presumir los aciertos, para lamentar sus fallas. Desde mi punto de vista, el sexenio ha sido bosquejado por el presidente con estilos todavía indefinidos. A veces habla como un socialista pero actúa con apego a criterios que nada tienen qué ver con el socialismo. Y, sin embargo, por su boca han salido las expresiones que ofenden y desconocen, que defienden su modo personal de entender las cuestiones económicas y lo llevan a la discusión pública de sus ideas, la mayoría de las veces con resultados poco alentadores para su causa.
Es hora que nadie puede demostrar que estamos ante un gobierno exitoso en sus proyectos, que no ofrece resultados tangibles de un cambio que hasta ahora subsiste enel plano subjetivo de las ideas. Nadie puede calificar de méritos los resultados de su gobierno porque en realidad es poco lo que se puede observar. Es difícil sacar conclusiones de un semestre en el que lo más importante ha sido ventilado en las conferencias de prensa mañaneras, escenario en el que no pueden realizarse actos de gobierno formales sino anunciarlos, presumirlos e impulsarlos como si ya hubieran obtenido la más alta aprobación de los mexicanos.
No obstante, creo inapropiado calificar el gobierno y sus anuncios porque los propósitos no se definen con claridad o porque algunos son consecuencia de decisiones espontáneas. Lo razonable o lo irracional no tienen un límite preciso en los campos de la economía. La abstinencia de asistir a la reunión del G-20 en Osaka, se discute todavía para acreditar un desacierto mientras que la argumentación gubernamental apenas se esboza, sin justificar la medida y, por supuesto, sin opción real que satisfaga la inquietud de los contrarios.
A veces la escena es ocupada por un acto totalmente distinto pero no menos significativo en la vida nacional. El conflicto surgido en la posición contraria de los elementos de la Policía Federal para sumarse a la Guardia Nacional, causó revuelo en los medios y surgieron las más diversas opiniones. El asunto fue bosquejado en los más diversos escenarios y con las más diversas consecuencias. En el trayecto, el asunto se movió de la indisciplina al campo de los conflictos laborales, pero en ningún momento se ofrecieron soluciones con apego al proyecto de ampliar y mejorar la seguridad pública en todo el territorio del país.
A renglón seguido, la renuncia del Secretario de Hacienda, Carlos Urzúa, disminuyó el escándalo de los policía federales y colocó el tema de la política económico en el centro de la mesa, en torno a la cual se han colocado la recesión económica, la reducción de los principales indicadores que conforman la posición de México en el plano internacional, que lo mismo le pueden favorecer que dañar, dependiendo de las decisiones del gobierno. No obstante, el tema de la inseguridad pública sigue inamovible en la atención pública nacional.
Todo esto en seis meses, que parecen un sexenio.
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