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Leopoldo Pacheco | 05/06/2019 | 01:47

NO ME PERMITÍ DEJAR PASAR esta semana sin hacer la honesta reflexión, como cada año, en los cuales también con el mismo entusiasmo hasta pueril, organizamos convivios y fiestas. Entregamos premios y abrazos por el oficio de informar a una sociedad que para funcionar tienen ese derecho, y los que somos responsables y hasta tenemos el privilegio de hacerlo. También debemos ser ¿Por qué no? Objeto de escrutinio y en este caso de autocrítica, por el Día de la Libertad de Expresión que se conmemora este viernes 7 de junio.
 
EN MIS DÍAS COMO CATEDRÁTICO universitario me gustaba mucho iniciar el primer día de clases con una pregunta a los potenciales comunicadores: ¿Periodista o Reportero? y dejaba que entre los presentes se generara un sano debate sobre un trabajo noble y mal remunerado, en torno a la malograda profesionalización de un quehacer que eminentemente se aprende más haciéndolo en la calle y también del cual sólo se logra una aproximación en las escuelas.
 
ES POR ESO QUE COMO PARTE también del fenómeno tecnológico que refiere el nacimiento más frecuente de medios de comunicación digitales, es notoria la transformación de un perfil del reportero nuevo que llega a las calles a cubrir la nota, pero no con la mejor preparación y muchas  veces con una idea equivocada del oficio.
 
REPORTEROS DE PORCELANA
 
Y al igual que antaño, sin que ello signifique algún tipo de conmiseración o justificación alguna porque de ahí nace la verdadera brega periodística, los echan a la calle como “al borras” (en el argot periodístico antiguo), a ver que te hallas. Y es así como muchos, poco a poco aprenden la fuente, los funcionarios, los temas, las mañas. Conoces al resto de tus compañeros, con los cuales puedes tener un sano compañerismo y hasta amistad, o la rivalidad más acendrada. Lo interesante a todo esto es que la transformación mediática parece que está generando perfiles más frágiles entre aquellos que se supone a pie, persiguen al funcionario, al personaje, buscan al testigo; muchas veces arriesgando la integridad en el momento, para lograr la reina de la información, como lo diría el Gabo García Márquez: La Nota. Pero nunca pretender convertirte en la nota, el reportero no es la nota ni debe serlo, y si el canto de la sirena por un minuto de fama te dicta lo contrario, mirarte al espejo, darte una cachetada y poner los pies en la tierra otra vez. Los apetitos políticos de muchos podrían aprovechar esta nueva generación de reporteros que al primer empujón demandan justicia, que por habérseles negado una entrevista se sienten vulnerados en su trabajo, que alegan acoso en la oficinas gubernamentales bajo circunstancias de risa, que denotan una actitud más protagónica que informativa. Esa no es la esencia de un reportero que está listo para este trabajo y que sin duda de ser así, déjeme decirle que va a sufrir mucho. Hoy hay políticos que hablan de comisión de protección a periodistas solo para jalar simpatías y reflectores, pero no porque les interés mucho qué va a pasar con nosotros, porque cuando la sangre emana, esos mismos políticos guardan silencio. El chiste es no romperse y prevalecer, igual que los chilaquiles en los desayunos oficiales.
 
LA CANDIDEZ CON LA QUE muchos ciudadanos se ostentan como periodistas por la sencilla razón de tener un celular que toma fotos y video que pueden subir a las redes sociales, nos está dando como resultado periodistas o reporteros con menos fortaleza para aceptar la violencia con la que está conformado eso que nos toca desenmarañar y descubrir para publicar, pero no basado en chismes sino en acciones de trabajo incisivo, en análisis y en investigación, no en lo que se dijo en una página del extranjero, sino en lo que generamos en nuestra propia agenda, en el lugar donde nos tocó vivir. Eso nos hace periodistas y mejor aún… nos hace reporteros.
 
LOS HIJOS DE TROYA
 
Dicen que es el mejor oficio del mundo, pero sin duda debe ser terrible para aquellos que aspiran a trabajar como burócratas. No es un trabajo para débiles de corazón y en muchos de los casos tampoco para débiles de estómago; el que esto escribe ya fue alguna vez levantado por la delincuencia organizada, golpeado por una legisladora panista y con menos peligro también echado al piso por una balacera. Sin embargo es lo de menos cuando amas lo que haces. No se trata de ser gatillero de la información ni mercenario, al final también eso te puede costar el trabajo en base a tu credibilidad y en el peor de los casos hasta la vida. En muchos momentos al calor del espirituoso vapor del licor, de las lágrimas que se condensan y forman círculos en las mesas, pero lo más importante sin duda es estar ahí.
 
Feliz día de la Libertad de Expresión
 
HASTA LA PROXIMA