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Las madres quieren más a sus hijos varones

Agencia | 28/03/2019 | 22:31

Shona Sibary es una provocadora periodista y mamá de cuatro hijos. En una columna reciente, puso el dedo en la llaga con una “verdad” que a muchas nos choca, nos parece insensible, pero que ella asegura es real: las madres quieren más a sus hijos varones.

 

De acuerdo con Sibary, como mujeres tenemos miedo de admitir que preferimos a los hijos varones que a las hijas. En su texto, relata que se sintió aliviada cuando se enteró que estaba concibiendo un niño. Y no tiene reparo en asegurar que tiene un vínculo más estrecho con él que con sus tres niñas. Es su sentir, y resulta interesante conocerlo. 

 

Este es su testimonio:

“El momento había llegado. Tenía veinte semanas de embarazo, lista para mi escaneo. El ecografista me dio un largo preámbulo sobre el crecimiento de mi bebé, me comentaba sobre sus dedos, sus pies y el tamaño de la cabeza, cuando en realidad lo que quería escuchar era una cosa solamente. Y entonces, como arte de magia, el bebé se movió y el ecografista dijo: "Bueno, definitivamente hay algo que cuelga y no es el cordón umbilical".

 

Aquí fue cuando los ángeles descendieron del cielo cantando sus arias, tal era mi alegría. Después de dos niñas y cuatro años de pisar pequeñas partes plásticas de Polly Pocket en el piso de la sala. Después de un tsunami de color rosadoy el cabello enredado y comida exigente. Finalmente estaba teniendo un varón.  Llámalo hormonas, pero al instante me puse a llorar de alivio.

 

Doce años después me siento igual. Desde el nacimiento de Monty, otra hija se ha unido a nuestra camada. Dolly ahora tiene cinco años y ha elevado el estrógeno a tres, cuatro conmigo. Monty sigue siendo mi único hijo.

 

Tal vez esta sea la explicación de por qué puede caminar a la cocina por la mañana, despeinado, monosilábico y ligeramente gruñón y yo estar de pie sin aliento, con asombro y en la entusiasta búsqueda de él.

 

Me descubro recordando con frecuencia la forma como contemplaba a mi hijo recién nacido, al lado de su cuna y en una niebla de emoción hormonal pensando: Voy a matar a la chica que rompa tu corazón.

 

Pero alto, antes de que todos me acusen de flagrante favoritismo, existe una fuerte evidencia histórica y literaria respaldando la cercanía de la relación de una madre con su hijo. Por no hablar de una encuesta de 2.500 madres hecha por Netmums en el que se reveló que la mitad de las mamás tenía un vínculo más fuerte con sus hijos y el 88% admitió haber tratado a sus hijas de manera diferente.

 

Los resultados de esta investigación muestran que las mamás elogiamos las características particulares de nuestros hijos varones. Los vemos divertidos, atrevidos y juguetones, mientras que denigran atributos similares en sus hijas, haciendo referencia a ellas como argumentativas o gruñonas.  

 

En mi caso, mis cuatro hijos tienen personalidades fuertes y regularmente demuestran un comportamiento que no es necesariamente un reflejo de su género. ¿Soy más dura con las niñas como resultado? Seguro apuestas a que sí. Tal vez. Porque cuando Flo, de 16, me mira con desdén y Annie, de 14, pone malos ojos, es como si me estuviera mirando en un espejo y no siempre me gusta lo que veo.

 

Con Monty es diferente, mi relación con él se siente más ligera, sin el estorbo de la angustia que a menudo experimento cuando veo mis propias necesidades reflejadas en mis hijas. Sí, es posible que sea más crítica e inflexible con las mujeres. Pero también soy más consciente de sus reveses y los retos que se plantean.  Tienen una extraña habilidad para hacerme sentir en ocasiones como la peor madre del mundo.

 

Por supuesto que me encantan todos mis hijos de diferentes maneras. Pero es que con las chicas tengo la incómoda sensación de que estoy tratando de armar muebles con un instructivo en coreano. Nada de lo que diga o haga les parece correcto. Pueden ser exasperantemente hipersensibles. Ellas me desafían y dan la certeza de que me estoy quedando corta en mis deberes maternales todos los días.

 

Monty, por el contrario, es otra criatura. Él me dice que soy maravillosa todo el tiempo, incluso cuando le grito como una bruja. Cuando está conmigo se las arregla para convencerme de que está recibiendo una crianza muy recta. La nuestra es una relación mutua de palmaditas en la espalda. Flo, Annie y Dolly prefieren hacerme la tarea más difícil.

 

Tal vez tiene que ver con el viejo adagio: “Un hijo es un hijo hasta que toma esposa, pero una hija lo será toda la vida”. En el fondo sé que el reloj no se detiene y que me queda poco tiempo para ser el centro del mundo de Monty. En poco tiempo habrá otra mujer que robará su corazón. Tal vez entonces mi relación con mis hijas verdaderamente entre en cuenta. Si es que aún estamos en buenos términos”.