NO TENGO SUFICIENTEMENTE claro si algunos diputados pueden diferenciar su tarea legislativa de lo que es un pleito de cantina. A juzgar por lo acontecido el pasado jueves, su presencia en el Congreso del Estado no significa que cada uno haya alcanzado el nivel de capacidad, probidad y atingencia que son necesarias para un buen desempeño legislativo. Su actuación bosqueja lo que podría ser el carácter de la Legislatura a la que pertenecen, sin negar que aún tengan tiempo de corregir y mejorar.
EL COMENTARIO PERIODÍSTICO DEL comportamiento de los legisladores no puede extenderse con los detalles y pormenores de una conducta que es esencialmente vergonzosa. No porque haya incapacidad de alimentar el chisme para escandalizar, sino porque así no se abandona el plano de la anécdota para trasladarse al análisis serio de los elementos que proyectan una imagen que se percibe distorsionada. ¿Cómo votamos por sujetos de tan baja estofa?
DIGO, PARA EMPEZAR, QUE ciertas conductas de uno o dos legisladores no definen el carácter de uno de los poderes del Estado que resulta esencial para nuestro desarrollo. Pero las acciones de uno o dos envían señales hacia el exterior que son percibidas con desagrado por la población y de esa manera ocurre la distorsión.
ES CIERTO QUE LA ESENCIA DEL Congreso del Estado es la representación de una población segmentada geográfica y socialmente. La crítica más puntillosa que han tenido las legislaturas recientes se refiere precisamente a que no representan esos segmentos, sino a los partidos cuya diferencia es solamente ideológica, sin propuestas importantes para mejorar la administración pública. No hay una profesionalización del legislador porque pruritos históricos impedían su reelección por políticamente indeseable y contraria -decían y dicen- a los principios democráticos, mientras parlamentos históricamente más viejos -como los europeos- están constituidos por representantes de larga trayectoria.
¿ENCONTRAMOS AQUÍ LA CAUSA del importamadrismo de nuestros legisladores? Tal vez, pero también obtenemos las huellas de nuestras fallas y errores para exigir a los partidos políticos que eleven la mira al definir sus postulaciones y respondan a la aspiración popular de tener una voz en el gobierno.
Tenemos claro que el seno del Congreso del Estado debe ser un escenario de encuentros y desencuentros, en el que se vale la confrontación y la disputa apasionada pero inteligente, donde la propuesta genere una contrapropuesta y termine por allanar las diferencias con beneficios compartidos. Eliminar esa nata de actos despreciables, de corruptelas y tenebra que produce el rechazo popular, lo mismo que el “estrellato” que parecen disfrutar quienes menos trabajan, debe ser un propósito común de los diputados de la LXII Legislatura.
LAS FORMAS DE DIRIMIR importan, pero es más importante la materia de esa acción. No es posible que el pleno del Congreso o cualquier sesión de sus comisiones y de su Junta de Coordinación Política, sirvan para revelar acosos, para exponer posiciones ruines o para exponer quejas de quienes complementan la tarea del Poder Legislativo y que uno de los temas más llamativos sea el de la reducción salarial mientras algunos tienen cero en conducta.
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