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salud

Separar a un niño de sus padres podría modificarle el cerebro

Agencia | 19/08/2018 | 16:09

Cuando nacemos, el cerebro es el órgano más inmaduro de nuestro cuerpo y hasta bien entrada la década de los veinte años no madura de forma íntegra. Cualquier revés grave y prolongado, como una separación repentina, inesperada y duradera de un cuidador, cambia su estructura, daña la capacidad del niño para procesar las emociones y deja cicatrices profundas y duraderas.
 
Son malas noticias porque, aunque el presidente de EEUU, Donald Trump, haya puesto fin a su política de inmigración de “tolerancia cero” que incluía separar a familias en la frontera, hay unos 2.300 niños cuyo reagrupamiento familiar sigue siendo incierto.
 
En mi práctica psiquiátrica y terapéutica trabajo con niños y con adultos que, siendo niños, fueron separados de sus padres de manera inesperada y por un tiempo prolongado. Algunos evolucionan mejor que otros. Unos se enfrentan a los habituales trastornos psiquiátricos, mientras que otros carecen de diagnóstico. Lo que es seguro es que su autoestima y la confianza en el prójimo se ven alteradas. El impacto del trauma de la separación es duradero.
 
Nacidos para ser cuidados
Las especies altriciales, como los humanos, dependemos del cuidado de nuestra familia para la supervivencia y el desarrollo posterior al nacimiento. Los padres son necesarios para regular la temperatura de la cría y proporcionar alimentos y protección contra las amenazas ambientales. Esto se consigue porque la vinculación de los padres con su descendencia es profunda. Los recién nacidos aprenden rápidamente que los signos de la presencia de sus progenitores, la imagen, la voz, el tacto o el olor, indican seguridad.
 
Los estudios en mamíferos muestran que los bebés se adaptan con naturalidad a las emociones paternas. La presencia de un progenitor tranquilo y afectuoso produce sensación de seguridad en el niño. Por el contrario, la angustia y el miedo de los padres activan los circuitos cerebrales del bebé que son responsables de procesar el estrés, el dolor y el miedo.
 
La capacidad del cuidador de regular las emociones de su descendencia es una función adaptativa codificada en nuestros genes. Antes de que las personas tengamos experiencias propias independientes, aprendemos qué es seguro y qué peligroso observando e interactuando con nuestros padres. Esto aumenta nuestras posibilidades de supervivencia y éxito.
 
Numerosos estudios muestran que la presencia de los padres es más importante para el bienestar emocional del bebé o el niño pequeño que el ambiente que le rodea. Mientras los padres estén presentes y se mantengan tranquilos y afectuosos, el niño soportará las adversidades. Metafóricamente hablando, para el niño pequeño el cuidador es el mundo.
 
La capacidad del cuidador de regular las emociones de su descendencia es una función adaptativa codificada en nuestros genes. Antes de que las personas tengamos experiencias propias independientes, aprendemos qué es seguro y qué peligroso observando e interactuando con nuestros padres. Esto aumenta nuestras posibilidades de supervivencia y éxito.
 
Numerosos estudios muestran que la presencia de los padres es más importante para el bienestar emocional del bebé o el niño pequeño que el ambiente que le rodea. Mientras los padres estén presentes y se mantengan tranquilos y afectuosos, el niño soportará las adversidades. Metafóricamente hablando, para el niño pequeño el cuidador es el mundo.