En la escaramuza política de la semana pasada, escribí que con la elección del primero de julio, además del resultado electoral, caerían añejos paradigmas. Que estaban en juego distintas tesis, se despejarían incógnitas y se fortalecerían nuevas formas de hacer política. Retomo algunas que mencione:
Dije que esta elección sería la prueba de fuego para las casas encuestas: dejar de ser un instrumento de propaganda electoral para incidir en la percepción de los votantes, como sucedió en otras elecciones donde sus pronósticos fallaron descomunalmente. Pasaron la prueba, lavaron su imagen. Acertaron, o al menos se acercaron al resultado final del PREP: 52.9% López Obrador, 22.4% Ricardo Anaya, 16.4% José Antonio Meade y 5.1% Jaime Rodríguez Calderón. Sí, aprovecharon este proceso para recuperar su credibilidad. Ojalá que las casas encuestadoras no lo hayan hecho sólo para recaer en el momento en que a su interés así convenga.
Quizá la tuvieron fácil, la necesidad de cambio en México era insostenible y no fueron omisas en ver y reconocer el hartazgo social hacia los candidatos que representaban el continuismo.
También dije que el domingo primero de julio sería el examen a la tesis planteada por Ricardo Anaya. Sabríamos si el agandalle y la exclusión al que piensa distinto era un método efectivo para ganar elecciones. El resultado: su tesis fracaso. La forma de hacer política de Anaya, su ambición y la de su grupúsculo (como lo denomino Javier Corral), le dio un golpe de muerte al PAN. No solo por la derrota electoral, sino por la derrota cultural que representa el someter los principios y tradiciones democráticas de ese partido a las decisiones unipersonales. La alianza con el PRD y MC fue un fiasco. El PAN pagó un precio muy alto. No solo se perdieron espacios públicos que ya había ganado, sino que además, el partido quedó desdibujado y seriamente enfrentado hacia el interior. Claudicó a su historia de lucha democrática, sometió el destino a la anécdota electorera.
Comenté que el primero de julio también estaría a prueba la maquinaria electoral priista. El resultado: la estructura no pudo contener el voto de castigo y el lastre que representó el presidente Enrique Peña Nieto y sus exgobernadores acusados de corrupción. Los tecnócratas priistas que respaldaron la candidatura de Meade no fueron capaces de sostener la disciplina de sus bases, como lo hacían los políticos tricolores de colmillo retorcido.
Por otro lado, Peña Nieto no pasó el referéndum de su administración. Gracias a él, por primera vez en la historia, el PRI no ganó ningún distrito electoral. Incluso, entregará Atlacomulco, la cuna de su grupo político. El mensaje ciudadano fue más que claro para su administración.
Hice la pregunta ¿en caso de ganar López Obrador veríamos un júbilo parecido al de la madrugada del 3 de julio del año 2000? Lo superó. La Ciudad de México se entregó al tabasqueño. Parecía fiesta nacional.
La historia reciente nos mostró como Fox dilapido su propia legitimidad, pronto sabremos qué hará López Obrador para mantener el respaldo social que lo llevó a los Pinos en su tercera participación.
Por otro lado, esta elección nos demostró que el voto duro está muy disminuido, tendiente a desaparecer. Que el electorado con mayor frecuencia cruza el voto. Que sabe castigar y premiar. Y que si los gobiernos en turno no llevan a la justica a los corruptos, los ciudadanos los despachan junto con su partido político.
Franco Coronado
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