Plano Informativo / Filiberto Juárez | 30/05/2018 | 01:56
Era el último sobreviviente del Concilio Vaticano Segundo, uno de los sucesos históricos que marcaron la segunda mitad del Siglo XX, en el que participaron 2,450 obispos católicos, entre ellos Arturo Antonio Szymanski Ramírez, que murió este martes a consecuencia de un paro cardiaco en la capital potosina.
Fue amigo personal de 6 papas y arzobispo de la Diócesis de San Luis Potosí de 1987 a 1999, año en que se retiró aunque mantuvo una intensa actividad pastoral hasta sus últimos días.
Monseñor Szymanski fue un líder religioso comprometido con sus fieles, lo que lo llevó a pronunciarse siempre sobre temas que incidían en la realidad cotidiana de los potosinos y por lo que tuvo muchos críticos.
Sin embargo, quienes tuvieron la fortuna de tratarlo pueden dar testimonio de su gran humanidad, de lo mucho que comprendía al ser humano, sus problemas y sus tropiezos.
Tal vez por su longevidad, o porque eran otros tiempos, pero Arturo Antonio Szymanski ha sido quien más sacerdotes ha ordenado en San Luis Potosí, y gozaba del afecto y respeto de todos los miembros de la Iglesia Católica potosina y de los potosinos, a quienes llegó a amar tanto o más que si hubiera nacido en estas tierras.
En mayor de 2017, en una entrevista que concedió al periodista Filiberto Juárez Córdoba para Plano Informativo, Arturo Antonio Szymanski se refería así a los potosinos:"El ambiente potosino era, como creo que sigue siendo hoy. La señal típica de San Luis era la tuna, a veces encontraba uno gente que parecía que tenía espinas, pero quitándole a la tuna la tecatita, quedaban corazones muy dulces. Y creo que así son ahora. Ya a esta edad y después de haber vivido tanto tiempo aquí, creo que así son en realidad los potosinos potosinos. A veces ásperos, a veces pelean, pero es que no saben que debajo de la tecatita está el corazón".
A continuación reproducimos la entrevista concedida hace un año a Filiberto Juárez:
Por la buena se puede lograr todo; y por la mala, pues bueno, podrá haber guerra, sabe Dios qué, pero no se arregla nada, dijo convencido el arzobispo emérito Arturo Antonio Szymanski Ramírez.
Entrevistado en su casa, el primer Arzobispo de San Luis Potosí relató para PLANO INFORMATIVO, hechos que marcaron su vida personal y sacerdotal, entre los que destacan su relación con los Papas desde Juan XXIII hasta el actual Francisco, así como el despertar de su vocación y su descubrimiento del carácter de los potosinos.
El 13 de abril de 2017, Jueves Santo, sostuvimos una amena plática con Arturo Antonio Szymanski Ramírez, considerado uno de los guías espirituales de la Iglesia Católica más importantes de México. Monseñor Arturo Antonio Szymanski Ramírez cumplió, el 17 de enero, 95 años de edad y el 22 de marzo, 70 años de ordenación sacerdotal. De muchas cosas ha sido protagonista el undécimo obispo y primer arzobispo de San Luis Potosí y de eso nos platicó. Nos concedió la entrevista en su casa, donde nos recibió con su característica amabilidad y buen sentido del humor.
¿Cómo está? Le dijimos.
- Sentado junto a usted. Nos contestó sonriente.
Nacido en el puerto de Tampico, de sus orígenes familiares nos dijo.
- Mi padre era un polaco. Viniendo de un matrimonio de otro polaco con una tamaulipeca. Mi padre Julio, mi abuelo John. John vino de Polonia cuando el auge petrolero y se casó con Carmelita Castelló, que era prima hermana de Porfirio Díaz. Y mi mamá nació en China.
Hace una pausa y luego, sonriendo, agrega:
- En China, Nuevo León. De una familia cristiana, por padre y madre, soy católico desde antes de nacer.
De sus primeros años y el nacimiento de su vocación sacerdotal nos platica:
- Mi padre y mi madre siempre fueron personas muy religiosas, buenos católicos, y vivíamos como católicos. Desde chiquitos nos enseñaban a rezar, nos llevaban a la iglesia, nos hacían conocer a los sacerdotes, aún al señor obispo de Tampico, de Tamaulipas, entonces don Serafín María Almora, que fue un santo varón; desde chico le ayudaba yo en la misa y ahí, de ver a los sacerdotes como trabajaban en aquel tiempo con las personas, en tiempos del auge petrolero, vi que había un modo de ayudar a los semejantes y pensaba yo, bueno, hay muchos modos, pero yo veía a los sacerdotes y creo que ahí fue el medio que tuvo Dios para llamarme a querer ser sacerdote.
Refiere que sus padres lo inscribieron en el colegio de las hermanas de la Caridad del Verbo Encarnado; luego pasó al Jardín de Niños Lauro Aguirre. Al terminar la primaria con las monjitas, su padre decidió inscribirlo en una escuela secundaria proletaria que tenía un año de haberse abierto, para que viera cómo sufrían a veces los chamaquitos de otra condición.
- Entramos a la secundaria proletaria. Era cuando el comunismo estaba en auge y entonces los maestros hablaban de los curas, y yo les decía: maestro, ¿qué es un cura? Y se enojaban porque no me sabían… y yo les explicaba lo que era un cura y lo que era un simple sacerdote. Y tuve varios encuentros hasta que llegó el momento en que me corrieron de la escuela.
De sus andanzas estudiantiles, monseñor Szymanski platica que en la primaria:
- Tenía un compañero cuyos papás trabajaban en el rastro y seguido me llevaba al rastro a ver cómo mataban a los animales y también, a veces, a comer chicharrón. Fue un buen amigo mío y yo veía cómo había muchos niños que necesitaban ayuda de la gente grande, y en eso y en que iba yo a la iglesia, me nació a mí el deseo, de alguna manera, de ayudar a mis semejantes.
De la secundaria dice:
- Todavía estando en la secundaria me gustaba ir a las corridas de toros, un tío mío era inspector de espectáculos y me llevaba y entraba yo de gorra. Y precisamente conocí toreros buenos de aquel tiempo y todo. Y algún momento tuvimos problemas económicos en la secundaria y organizamos una becerrada, en la que toreamos los alumnos. Ayudé como banderillero a otro que le decíamos La Mocola, Omar Villalobos, que después fue novillero. Yo fui banderillero ahí y me di cuenta de que en las corridas de toros, en el ruedo están los valientes y en las gradas los cobardes.
Decidí ser de los de las gradas porque ver ya a un becerrito delante de uno no es igual que ver un toro de lidia.
Después de la expulsión de la secundaria, había que encontrar dónde siguiera su educación el joven Szymanski.
- Mi madre me llevó con el señor obispo, a decirle que me habían corrido de la escuela, que qué hacían conmigo. Y el señor obispo dijo, sigue viniendo a ayudarme a la misa aquí, ya veremos qué hacemos. Mi mamá platicó con mi papá. Pero mi papá, que era tenedor de libros, entonces no se llamaban contadores, era tenedor de libros de una tienda de abarrotes grande de Tampico. Platicó con él, y mi papá dijo, voy a tratar de que entre a alguna escuela de comercio para que se prepare para el futuro. Pero yo dije, papá, yo estoy pensando en ser sacerdote. Pensando como una probabilidad. Y resultó que pues, el señor obispo habló con mi mama, mi mamá le contó todo, cómo me habían corrido de la escuela y me dijo, te voy a preparar para que te vayas al seminario. Y tenía un grupito, como de unos 15 niños, que se estaban preparando para ir al seminario, y me puso con ese grupo y ahí nos enseñaban latín, porque en el seminario teníamos que saber latín al principio.
Tal vez de esa época inicial viene su identificación con la grey católica potosina, pues Monseñor Szymanski cuenta:
- Y estuve preparándome así y luego me mandaron a un lugar desconocido por muchos de los oyentes, al seminario conciliar Guadalupano Josefino de San Luis Potosí. Y entré al seminario. Yo, que en Tampico había sido nadador y había echado clavados y todo, llego a una tierra en la que en el seminario teníamos obligación de bañarnos una vez a la semana, aunque no hiciera falta. No había agua. El seminario estaba junto al santuario de Guadalupe. Ahí yo cada vez que voy, veo con gusto el lugar donde entré al seminario. El padre Jesús de la Mora era el rector del seminario. Estudie ahí 3 años de humanidades, en los que me hicieron aprender, a veces a golpes, latín y griego y un poco de francés, además de las materias.
Sobre el ambiente social potosino de aquella época, el arzobispo emérito asegura:
- El ambiente potosino era, como creo que sigue siendo hoy. La señal típica de San Luis era la tuna, a veces encontraba uno gente que parecía que tenía espinas, pero quitándole a la tuna la tecatita, quedaban corazones muy dulces. Y creo que así son ahora. Ya a esta edad y después de haber vivido tanto tiempo aquí, creo que así son en realidad los potosinos potosinos. A veces ásperos, a veces pelean, pero es que no saben que debajo de la tecatita está el corazón.
Fueron 4 años los que pasó en San Luis Potosí.
- A los 4 años me dijeron que mi señor obispo me quería mandar al extranjero a estudiar. Me dijeron que de un día para otro diera los exámenes y me acuerdo que yo, entre las materias que tenía un poquito mal, era la física y la biología.
Amenamente comentó los incidentes que pasó para aprobar las materias que tenía que aprobar, señalando que lo pasaron “de gorra” en física y en química.
- Cuando me fui de San Luis estaba la Primera Guerra Mundial todavía con sus secuelas y no nos dejaban ir al otro lado, a Europa, y me mandaron a Estados Unidos, a Montezuma Seminary. Un seminario que habían comprado los obispos norteamericanos a una compañía de hoteles, que era una casa muy grande junto a Las Vegas, Nuevo México. Y ahí teníamos todo, muchos acres de terreno.
Nos explicó cómo fue adquirida la casa, en un dólar, y detalla sus vivencias en el nuevo seminario.
- Y bueno, pues ahí empecé a estudiar, fuimos… encontré muchachos de todo México y ahí empecé a vivir otra visión del México que yo tenía. Yo conocía el México de Tampico, un poco de Monterrey, de donde era mi madre, y San Luis Potosí. Pero empecé a conocer de todo México, y cada vez yo veía que había muchos valores en los mexicanos y me daba más el deseo de aprender bien para ayudar a los mexicanos y creía que podía hacerlo siendo sacerdote. Me reafirmé en la vocación de ser sacerdote. Me pasé en Montezuma 6 años. De Montezuma sólo salía o el que se ordenaba sacerdote, o el que dejaba la vocación y se quería venir, y cuando se moría uno ahí, ahí lo enterraban. Teníamos hasta cementerio. Ahí estuve hasta que me impusieron las manos y me hicieron sacerdote. En marzo de 47.
Logrado el objetivo de la ordenación sacerdotal, Arturo Antonio Szymanski tenía que buscar donde ejercer su ministerio.
Y cuando me ordené hice una carta a mi señor obispo, diciendo… nos habían leído mucho la vida del Cura de Ars, un santo cura francés. Quise ser yo un cura de un pueblo y le mandé decir a mi señor obispo que me mandara al pueblo más pobre de Tamaulipas. No digo nombres para no dañar a nadie. Pero le dije a qué pueblo me mandara y en realidad le llevé la carta a mi padre espiritual, y la leyó y la leyó, y luego dijo muy bien, muy bien, y luego me la rompió en las narices. La rompió, nada pedir nada rehusar, apenas te vas a ordenar y ya estas pidiendo donde te mande el señor obispo.
Nada pedir, nada rehusar fue la consigna, le dijimos.
- La consigna espiritual.
Nos remarcó. ¿Y la ha cumplido, padre? Le preguntamos.
- Pues Mire, echando un brinco a este tiempo. Yo fui rector del seminario de Tampico y yo también era oficial en las causas matrimoniales en la curia, y cuando había ganado yo una causa matrimonial, de un matrimonio rato non consumato, así se llamaba, y me mandaron decir que el delegado apostólico, que hoy es el nuncio, me llamaba porque quería hablar conmigo. Y yo, pensando que habían apelado a la causa de rato non consumato, cogí todos mis papeles y me fui a defender mi situación, a la delegación apostólica en México. Y cuando llegué a la Delegación Apostólica, el delegado me saludó, me preguntó que cómo estaba la salud, en fin, y yo creía que me iba a tratar ya el asunto del matrimonio y me dijo: el Papa Juan, Juan XXIII, quiere que usted sea obispo, y yo pensé, tanto papel para venir a esto. Yo tenía entonces 38 años, y cuando me vio el delegado que yo quedé dudoso, dijo, no quiere ir al oratorio para rezar un rato. No me acordaba ni que había oratorio en la nunciatura.
Estaba emocionado, le dijimos.
- Asustado… Asustado… Y fui y empecé, bueno, hay este, empecé a ver nombres de sacerdotes que yo creía podían ser obispos, que yo conocía como sacerdote joven, y salí de la capilla con la idea de decirle al delegado apostólico, que está éste y éste y éste, que yo creo que pueden ser obispos. Pero al irme a salir de la capilla me acordé de lo que me dijo el padre espiritual: nada pedir, nada rehusar. Y entonces, como cordero al matadero, acepté al delegado apostólico mi nombramiento de obispo. Bueno, después de que acepté, tuvieron que mandar decir a Roma, y había el secreto pontificio, yo no le podía decir a nadie lo que me habían dicho, que me iban a hacer obispo. Yo llegué a Tampico, mi obispo era Corripio. Me dijo ¿cómo te fue? bien. ¿No hay problemas? No hay problemas. Ni a él le podía decir. Es un secreto del que solo el papa podía perdonar si uno lo violaba. Al poco tiempo apareció la noticia, y pues llamo la atención en Tampico que me hicieran obispo. Pero cuando me dieron mi posesión, el papa me dijo que iba yo a ayudar a una diócesis necesitada, la diócesis de San Andrés Tuxtla, en el sur de Veracruz.
Sobre su nombramiento nos especifica que en San Andrés Tuxtla fue:
- Obispo coadjutor, obispo titular de Cerasonte. Cerasonte es una diócesis de Asia que hubo, que se acabaron. Para los obispos titulares les dan el título de una diócesis que había existido. Yo tuve que ir después a Cerasonte, a ver dónde estaba y era un sembradío. Pero así me nombraron obispo titular de Cerasonte, con derecho a sucesión en San Andrés Tuxtla. En 1960. A mí me ordenó Corripio, en el 21 de junio de ese año.Y fui a San Andrés Tuxtla y estuve como coadjutor dos años, y a los dos años el Papa me nombró administrador apostólico, o sea ya casi obispo, ya con el gobierno.
Sobre su vida como joven obispo, Szymanski, nos comenta:
- Y me acuerdo que cuando llegue a San Andrés Tuxtla había un señor obispo ancianito, un hombre de Dios, don Jesús Villareal Fierro, que era de Durango, y que tenía una hernia que le daba casi desde la base del estómago hasta la rodilla, y estaba ahí como un mártir. Y ahí, me acuerdo, lo cuento por curiosidad, me dijo al llegar: San Andrés es una diócesis pobre, no tiene dinero, usted va a ganar 400 pesos mensuales por ser mi obispo coadjutor. Va a tener casa aquí en el obispado y 400 pesos. Y me dijo, 100 pesos por vicario general, 100 pesos por rector del seminario, yo iba de rector del seminario; 100 pesos por juez eclesiástico, y 100 pesos para otros gastos.Ese es el sueldo con que empecé.
Ya como obispo y cumpliendo la consigna de nada pedir, nada rehusar, otras misiones le esperaban en su labor pastoral.
- Estuve en San Andrés Tuxtla del 60 al 68; al 62, nos llaman al Concilio Vaticano. En el Concilio Vaticano nos hizo la convocatoria el papa Juan XXIII a todos los obispos del mundo, y yo todavía era coadjutor en el 62, y le dije al señor obispo, vamos a Roma. Dice no, yo ya estoy viejo, yo ya no puedo, usted ya sabe mis enfermedades. Me dice vaya usted a Roma y yo hago una carta diciendo que no puedo ir. Y llegamos a Roma como… a hospedarnos como seminaristas. Porque nos hospedamos en los colegios que teníamos… sobre todo los mexicanos nos hospedábamos en el Pio Latinoamericano o en el Legionarios de Cristo. Los muchachos nos dejaron los cuartos de ellos, de seminaristas, y ellos se fueron a dormir al gallinero, literalmente. Ahí nuestros cuartos eran cuartos chiquitos, en que teníamos un lavabo y una camita y un escritorio. Ese era el cuarto que tenía cada uno, teníamos baños comunes y pues así empezamos a ir. Teníamos un autobús de colegio, Mercedes Benz, y llevamos unas placas de Tlaxcala. Las llevamos los obispos diciendo, con unas placas de otro lugar del mundo no nos molestarán los italianos, y les pusimos las placas.
Muchas cosas interesantes vivió el ahora Arzobispo Emérito, como padre conciliar. El concilio fue convocado por Juan XXIII, se abrió en 1962 y terminó en 1965.Constó de 4 sesiones y en todas participó Szymanski. Le preguntamos si el Concilio Vaticano II fijó las normas del catolicismo actual y nos respondió:
- Bueno, sí. El Papa Juan XXIII dijo que había que abrir las puertas de la Iglesia al mundo actual y se hicieron documentos maravillosos que abrieron la puerta hasta para la liturgia, antes la liturgia tenía que ser en latín y de espaldas al pueblo.
¿Usted cree que todo lo que se trabajó en el Concilio generó desarrollo a la Iglesia Católica?
- Bueno, en latín se dice que contra facta nula argumenta, contra los hechos no hay argumento.
¿Fue un parte aguas en la Iglesia Católica?
- Sí, sí. Definitivamente. Antes… Fue el vigésimo primer Concilio Ecuménico que hubo. Los otros 20 que habían sido en diversas partes del mundo, más bien se habían dedicado a dilucidar y aún condenar algunas cosas. Y el Vaticano abrió las puertas. Fue, como dijo Juan XXII, el aggiornamento de la Iglesia. La puesta al día de la Iglesia.
Actualmente, padre, con su amplia experiencia, con su visión, ¿usted considera que se necesita algún otro Concilio?
- Yo creo que lo que se necesita ahora es que, por lo menos los católicos, conozcan un poquito lo que pasó en el Concilio. Porque realmente ahí se abrieron las puertas para muchas cosas. Pero una prueba de que el Concilio cambió muchas cosas de la Iglesia, la tenemos en el Papa actual. Un Papa latinoamericano, el Papa Francisco. En septiembre pasado que yo estuve con él, le dije que en México estábamos muy contentos porque había venido, y había estado aquí con nosotros un tiempo, un Papa que tenía dos datos que ningún otro papa había tenido. Que era latinoamericano y que era jesuita. Y el Papa se rio porque le dije. Ya hasta sacaron por ahí una foto, que luego ha andado funcionando un poco, en que estamos el Papa y yo, saludándolo después de que yo le dije de que era un Papa que tenía dos cualidades o dos datos que ningún otro Papa había tenido.
Su participación en el Concilio y su activismo lo llevaron a conocer varios papas y de eso también nos habló detalladamente.
- Juan XXIII fue un hombre de Dios, que por algo ya es santo, se atrevió a hacer un Concilio. Y cuando el Papa Juan XXIII dijo en la Curia Romana que iba a hacer un Concilio, llamó mucho la atención, hasta muchos se asustaron. A Juan XXIII lo conocí en el Concilio. Él era muy afable y en el Concilio íbamos a ver al Papa, pero tenía uno que hacer la petición para ir a verlo, y lo recibían los gentilhombres ahí, hasta que entraba uno con el Papa. El protocolo estricto. Y cuando yo llegué con el Papa, me sentaron en un recibidor y estaba yo esperando para ver al Papa cuando se abrió la puerta y salió el Papa Juan XXIII. Así, sin ningún protocolo salió y con eso nos ganó mucho. Él era un italiano de Piamonte, muy asequible, un gran hombre.
De Paulo VI, monseñor Szymanski recuerda:
- Paulo VI era, en tiempo del Concilio, él era obispo creo que de Milán. Era un hombre de la Curia que sabía mucho y que también vivió el Concilio. Cuando murió Juan XXIII se pensaba que a lo mejor el Concilio paraba y Pablo VI, inmediatamente que murió Juan XXIII, dijo que el Concilio se volvía a seguir el año siguiente, pues. Tuve muchos detalles así, sobre todo él era un hombre muy bueno, que se preocupaba mucho por tratar bien a las gentes y era un diplomático santo, que es difícil decir así. Me atrevo a decirlo con mucha humildad, un diplomático santo y salió Papa, y estuvo un tiempo grande, todo el tiempo del Concilio.
Otro de los papas que conoció y trató fue a Juan Pablo I.
- Y en el Concilio me tocó una vez conocer al que iba a ser sucesor de él, que todavía no era Papa… no era cardenal. Albino Luciani era obispo de Vittorio Veneto, de una diócesis chiquita de Italia. Con él nos conocimos porque él había sido compañero en Roma del obispo de Acapulco, don Pilar, José Pilar Quesada. Ya estaban los dos ancianos. Y yo me juntaba con el señor Quesada a ir a platicar con Albino de muchas cosas. Y Albino y Quesada estaban juntos en las sillas del Concilio, les tocaba lugar juntos, y les… a veces, ya un poco anciano el cardenal… el obispo Quesada de Acapulco se dormía y se quitaba el solideo y lo dejaba ahí en la mesita que teníamos.Y yo, de mala gente, un día... los solideos ahora son de tela, antes eran abajo de cuerito, de piel. Y yo en la piel le pinte unos ojitos y una boquita y una naricita.
¿Era travieso el padre Szymanski?
- El obispo Szymanski.
Nos aclaró sonriente y siguió:
- Le pinté y en lugar de dejárselo ahí, lo voltee y se lo puse, en medio Concilio. Todos los obispos que estaban ahí cerca se rieron y Albino me dijo: no haga eso, está dañando la fama de un obispo. Fue lo poco que tuve, más chusco diríamos, con Albino Luciani.
Y su relación, le dijimos, con el siguiente Papa, ¿cómo fue?
- Resultó que Albino Luciani duró de papa creo 32 días, 33 días. Y después vino Juan Pablo II. Juan Pablo II, que había sido obispo en Polonia en tiempo de la posguerra, era un hombre que se hacía notar por su trato. Primero era políglota, no sabía castellano, pero con el trato mío empezó a hablar castellano, entre otros, no digo que yo; pero conmigo hablábamos medio en polaco, medio en italiano. Sí nos conocimos. Cuando empezó el Concilio era obispo auxiliar de una diócesis. El cardenal Wyszynski, que era el jefe de los obispos polacos, nos invitó a todos los de apellido eslavo a comer un día, con los obispos polacos, y yo joven e inexperto fui, y no fue ningún otro a donde estaban hospedados los polacos, nomás fui yo. Y entonces él, Wyszynski, me sentó así, a la derecha a mí, en la comida, y a la izquierda a Lolek, a Karol Wojtyla. Y al terminar la comida, Wyszynski me dijo que si había llevado carro. Le dije que no, que había ido en taxi. Dijo llévalo, y entonces Lolek, que después fue Juan Pablo II, fue mi chofer en un Cinquecento, en un carrito chiquito italiano. Y ahí nos conocimos, ahí empezamos a ser amigos.
Entonces primero recibió un regaño pre papal y después trajo de chofer a un futuro Papa.
- Me habló el cardenal Corripio, entonces no había todavía los celulares y todo. Me habló por teléfono Corripio, que era arzobispo de Oaxaca y me dijo: oye ya salió el Papa nuevo, con un nombre muy raro, yo creo que ha de ser un africano. Pues se publicó el nombre Wojtyla, pues él, dice… le dije, no te acuerdas, pues Woitita, Woiteu… ¡Wojtyla! Mi amigo, le dije. Polaco.
Ahí conoció también a Ratzinger
- Bueno, a Ratzinger lo conocí en el Concilio, él era uno de los teólogos consultores conciliares, presentado por Alemania. Había consultores conciliares y luego otros consultores que llevábamos los obispos. Los mexicanos llevábamos a un jesuita, Daniel Olmedo, pero era consultor del Episcopado Mexicano, no era conciliar. Ratzinger sí era ya. Olmedo había estudiado en Alemania. Olmedo fue profesor mío en Montezuma y había estudiado en Alemania y era conocido de Ratzinger. Y tuve yo ocasión por esto alguna vez, de platicar, de estar ahí con el teólogo Ratzinger, que era de los notables, pero no pensé así, no pensé en realidad. Pero sí, sí lo llegué a conocer y a tratar y era un hombre muy erudito. Que lo había llevado de manera especial el cardenal Frings, arzobispo de Colonia, que era uno de los alemanes que más le entraban a las discusiones conciliares. Y Frings era medio ciego y seguido hacia unas intervenciones que decía uno, a ver cómo le hará este señor. Pues yo creo que con Ratzinger de ayudante. Pero fue notable el cardenal Frings.
Fue una época memorable la del Concilio, pero cuando lo nombran obispo de San Luis, ¿quién era el Papa?
- A mí cuando me nombran obispo de San Luis, era Juan Pablo II y cuando me nombran arzobispo, también él me nombró.
Cuando llegó le tocó una época política muy especial, 12 años son dos sexenios y a usted le tocaron varios gobernadores. En la efervescencia política hasta le llegaron a decir Primanski. Pero de alguna manera logró conciliar y equilibrar.
-Yo sabía que donde quiera tienen que opinar. A propósito de Primanski, le doy un chiste, diríamos ya después, que yo les dije. Una vez me dijeron que de qué partido era, y les dije que del PRD. ¿Usted del PRD?, del Partido del Reino de Dios.
¿Mantuvo equilibrios?
- Quise mantener, sobre todo, un trato más humano y más hasta con cierta hilaridad, con los semejantes.
Pero sí hubo apertura de la Iglesia potosina cuando usted llega, los medios de comunicación tuvimos puertas abiertas y una estrecha relación.
- Bueno, yo venía del clima de Tampico que era de una manera. Había vivido en San Andrés Tuxtla. Tampico, Veracruz, más o menos, Tamaulipas, Veracruz. Cuando llegue aquí, bueno, me dijeron San Luis. Bueno pues, nada pedir nada rehusar. Llegué, yo vi que en San Luis uno de los medios que no se podían usar tan libremente, aún en mi tierra en Tampico, eran ustedes, los periodistas. Yo dije, una tarea mía es hacerme amigo de los periodistas. Y también alguna vez llegaba algún periodista que quería pelear a decirme. Vaya y tranquilícese y ya que esté tranquilo platicamos. Pero yo no, a mí no me mandaron a pelear, a mí me mandaron a pastorear y el pastor debe conocer todas las ovejas, y entre las ovejas hay cabritos… y también grandes. Por eso no hay problema.
Usted supo llevarse bien con todos los sectores, hay aprecio, hay reconocimiento.
- Mire, yo le agradezco su flor y la pondré en una maceta. Pero puede ser que a alguien no le haya parecido mi modo de ser, somos humanos. Pero a mí no me gusta pelear. Eso es lo que yo aprendí de mis padres. Fuimos 10 hermanos, peleoneros como chiquillos, y nunca nos dejaban que peleáramos, que discutiéramos un poco. Y desde chico yo traigo eso, yo no peleo, si alguno quiere pelear, no soy su “contrincario”.
Cuando pensábamos que el siguiente paso sería llegar a ser Cardenal, pide su retiro por llegar a la edad reglamentaria y se queda en San Luis Potosí. Sin embargo mantiene una intensa actividad. Parece que sigue siendo el sacerdote que todos los días tiene que estar al frente de su parroquia. ¿Cómo ve a San Luis y cómo se siente entre nosotros?
- Primero le digo, los cristianos debemos ser cristianos siempre, que uno es obispo, bueno, sigue siendo cristiano y tiene las obligaciones de cristiano y de lo que es. Uno que es casado, sigue siendo cristiano; no porque se casó deja de ser. Sigue teniendo un puesto político, no por eso deja de ser cristiano. Yo digo, la tarea de uno es tratar de que haya una verdadera fraternidad, y entre los mexicanos, una de las cualidades que yo siempre he visto, es que por la buena pueden lograrse muchas cosas. Pero tenemos la televisión y tenemos los celulares y tenemos el cine y todo, y han metido mucho la guerra entre las personas. También yo veo aún, lo digo con mucha caridad, aún en la prensa que a veces, pues se ve que están picándose crestas y yo digo, picándose crestas no se logra sino tener gallos de pelea. Entonces qué hacer. Problemas donde quiera hay. Cómo se solucionan los problemas, tratando de que haya concordancia. Y tengo claro lo que dijo el Papa Francisco, la teología… hemos de vivir en este tiempo la teología del encuentro. En la teología del encuentro cada quien debe saber qué temperamento tiene. Pueden ver en algún autor de psicología los temperamentos, pero todos tenemos un temperamento y con el temperamento que Dios nos ha dado debemos ser personas de buen carácter y ahí es donde entra al trabajo de uno, no dejarse llevar por el temperamento, sino tratar de usar las cualidades que tiene con su temperamento: emotivo, no emotivo, activo no activo, de reacciones primarias, de reacciones secundarias. En su temperamento debe uno tratar de tener buen carácter.
O sea que la convivencia siempre va a ser posible, mientras uno quiera encontrase y encontrar a los demás.
- Claro, la única excusa que veo para que haya dos de diverso temperamento que quieran arreglar sus asuntos, es la de los boxeadores o de los luchadores, allá en el ring. Pero dice uno, bueno, de otra manera. Por la mala se pueden decir arreglé. No arreglaste, paraste una cosa pero ahí queda. Por eso cada quien debe de tener lo que dijo el Papa: conocer su temperamento y tratar de hacer buen carácter. Segundo saber que no somos iguales… no hay dos que seamos iguales. Iguales, ni gemelitos, los gemelitos también no son tan iguales. Luego, si no somos iguales, hemos de admitir que no van a hacer los otros lo que yo quiera. Todo lo que yo quiera no lo va a hacer usted, pues por qué. Pero si yo le puedo dar un consejo que creo que le sirva, se lo doy y hasta ahí puede llegar, pero más no. Ahora tienes que hacer, no. Entonces, ser, conocer todos su temperamento, ser de buen carácter, saber que somos diversos, que no somos iguales, y así debemos tratar de buscar el bien común. Y ahí sí, ahí es donde no se puede jugar al yo-yo. Cada quien yo, yo, yo; no, no. Cada quien tiene su yo-yo, pero debe ponerlo en contacto con los demás para lograr el bien común. Y el Papa dice que debemos de veras sabernos encontrar con todos, aún con los que no creen, y yo creo que por la buena se puede lograr todo, y por la mala, pues bueno, podrá haber guerra, sabe Dios qué, pero no se arregla nada.
Padre, 70 años como sacerdote, 95 de edad y sigue dándonos consejos. Yo le iba a decir, qué le aconseja a las autoridades y a los actores políticos de este tiempo, pero ya nos dijo todo lo que hay que decirles.
- Oiga, qué les digo, qué les puedo decir a las autoridades. Que todos los días pido por los que tienen autoridad. Toda la autoridad que sea. Desde el que tiene un, una qué hacer tortillas, una tortillería; hasta el que tiene la máxima autoridad. Y un ejemplo de eso lo tenemos en el Papa Francisco, que él nunca les dice díganme una maldición, siempre termina diciéndoles recen por mí. Y yo también les digo, a todos los que vean esta conversación, recen por mí, y yo pido por todos. Porque el señor nos haga dignos de su misericordia, que es la que nos mueve… debe mover a practicar el mundo actual, seamos misericordiosos, amen.
La plática terminó y fue ilustrativa, aunque seguramente tiene más cosas que platicarnos, dada su larga trayectoria eclesiástica. Le preguntamos, para despedirnos, que si tenía algo que decirnos y, fiel a su estilo, monseñor Arturo Antonio Szymanski expresó, refiriéndose a Paty Medina, que nos auxiliaba con la grabación de la entrevista.
-No. Oiga, le iba a decir a Paty que no se durmiera. No, estaba muy atenta, también le agradezco, y ya saben que a todos les deseo una feliz Pascua de Resurrección.