En su libro “Los enemigos íntimos de la democracia”, Tzvetan Todorov plantea que las democracias modernas ya no tienen enemigos externos como en el siglo XX lo fueron los regímenes totalitarios, que derivó, incluso, en enfrentamientos bélicos en diversas regiones del mundo. Por el contrario, hoy las democracias son acechadas por peligros internos. Todorov los llama enemigos íntimos, y los cataloga en tres: populismo, ultraliberalismo y mesianismo. Para el intelectual búlgaro, el pueblo, la libertad y el progreso son elementos constitutivos de la democracia, si uno rompe el vínculo con los demás o se cae en la desmesura devienen, entonces, los peligros que amenazan a la democracia desde sus entrañas.
En esta ocasión solo me referiré a un concepto que ha estado en boca de la opinión pública antes y durante el actual proceso electoral: el populismo. Todorov nos describe los rasgos que lo definen y que nos ayuda a identificarlo plenamente en los discursos y acciones de los políticos. Conste que no me refiero a uno en particular, sino que, de acuerdo a la descripción que nos da este intelectual, podemos encontrar el populismo en políticos y candidatos de todos los partidos, contendiendo a cargos que van desde la presidencia de la República, hasta diputados federales y locales, gobernadores y presidentes municipales. Tampoco es privativo de México, la vecina nación del norte es gobernada por un populista. El llamado “mal humor social”, más 50 millones de pobres, es excelente caldo de cultivo para que el populismo se generalice entre las fuerzas políticas de nuestro país.
Así Todorov nos dice que el rasgo principal del populismo es la demagogia, “que consiste en identificar las preocupaciones de mucha gente y proponer soluciones fáciles de entender, pero imposibles de aplicar”. ¿Les suena? Además nos comenta, que “el populista actúa sobre la emoción del momento, efímera, sin importar las generaciones futuras”. Contrario a lo que se percibe, “los populistas son conservadores y no reformadores, prefieren la continuidad al cambio”. Otro rasgo: “el populista recurre al miedo…Su público habitual forma parte no de la clase más pobre, sino de la que teme acercarse a ella y unirse al grupo de los rechazados, los excluidos y los vencidos”. Por último, el populismo “necesita encontrar explicaciones simples y comprensibles para todo lo que dificulta la vida cotidiana, crea un enemigo para cargarle la responsabilidad de nuestras desgracias”* (como la mafia del poder).
Por eso decimos que el populismo no es privativo del candidato a la presidencia de la República que actualmente es puntero en las encuestas. Estas características las vemos en muchos perfiles con propuestas de campaña inviables e irresponsables. Vemos muchos candidatos que recurren a la simplicidad o al discurso del odio, desacreditan al adversario o a sus partidarios ante la falta o bajo nivel de discusión y de alternativas que vayan al fondo de los problemas.
El riesgo de la ola populista y su inminente avasallamiento de los espacios públicos es el de continuar con el quebranto de la democracia y la legitimidad institucional. No porque desacredite a priori a los políticos que se conducen con esas características, sino porque el desencanto social no aguanta más el incumplimiento de promesas y a la retórica basada en propuestas inviables, que difícilmente se llevarán a la práctica. Si en campaña ya constatamos un ambiente de fuerte polarización, incluso de violencia hacia el otro, a causa del discurso del odio y del miedo, imagínese estos métodos desde el gobierno con el único fin de dar soluciones inmediatas, cargando la responsabilidad y el detrimento en otras instituciones o en los adversarios políticos.
De ese tamaño es la responsabilidad que tenemos los ciudadanos al ir a las urnas el 1 de julio: elegir entre la sensatez y el sentido común o, dejarnos llevar por el hartazgo y buscar la salida más sencilla.
Franco Coronado
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*Citas del libro: los enemigos intimos de la democracia, Tzvetan Todorov, editorial Galaxia Gutenberg. 2012.