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Estudiantes nicaragüenses se voltean contra Ortega

Agencia | 15/05/2018 | 15:54

Álvaro Gómez tenía 17 años cuando se ofreció de voluntario en la década de 1980 para tomar las armas en defensa de la revolución sandinista del presidente Daniel Ortega en Nicaragua frente a los Contras, grupos rebeldes respaldados por Estados Unidos, en la década de 1980. Perdió una pierna en un accidente durante una misión.
 
Ahora, a sus 48 años, Gómez acaba de perder a su hijo de 23 años, también llamado Álvaro, quien recibió un disparo letal durante un enfrentamiento entre policía y jóvenes durante una protesta liderada por estudiantes contra el gobierno de Ortega en la ciudad de Masaya. Gómez cree que agentes antimotines apretaron el gatillo.
 
“Da pena decir que uno defendió la revolución”, dijo Gómez, maestro de matemáticas en una escuela secundaria que apoyó a Ortega cuando perdió la reelección en 1990 y de nuevo cuando recuperó la presidencia en 2006. “¿Para qué? ¿Para que vengan ellos y maten a nuestros hijos?”.
 
Durante mucho tiempo, Ortega contó a los estudiantes, organizados por los líderes del Frente Sandinista desde la administración de los campus, con algunos de los partidarios más fieles de su gobierno izquierdista. Sin embargo, ahora muchos estudiantes se están volviendo en su contra, organizándose de forma independiente para oponerse a su mandato, enfurecidos por la letal represión de las protestas callejeras del mes pasado a manos de la policía y bandas formadas por jóvenes sandinistas. Los estudiantes son la columna vertebral de un movimiento de protesta que ha sacudido al gobierno.
 
La forma en la que salga Nicaragua de su crisis política dependerá de la disposición de estudiantes, como el menor de los Gómez a seguir enfrentando al gobierno de Ortega. La nueva generación no conoce la guerra, aunque sus padres y abuelos luchan por conciliar sus recuerdos y la lealtad a la revolución con la ira por la dura represión a sus vástagos.
 
La Comisión Permanente de Derechos Humanos de Nicaragua, un organismo no gubernamental, informó el lunes que las protestas dejaron 65 muertos. Otros grupos y el gobierno han señalado que las cifras son menores.
 
Gómez contó que su hijo, como otros estudiantes, estaba enojado por ver como miembros de la Juventud Sandinista atacaron a un pequeño grupo de pensionistas que intentaban manifestarse contra la reforma del Seguro Social el pasado 19 de abril en Masaya. La policía bloqueó rápidamente la protesta y el apoyo a los estudiantes aumentó.
 
La violencia revivió malos recuerdos para Gómez padre, que ahora lleva una pierna ortopédica. Recuerda que en 1979, cuando tenía ocho años, vio los cuerpos de los asesinados por la Guardia Nacional del dictador Anastasio Somoza tendidos en las calles del vecindario de Monimbo, en Masaya, no muy lejos de donde su hijo fue baleado en el pecho el 21 de abril.
 
La última vez que habló con su hijo, le dijo que volviera a casa para alejarse del peligro.
 
Pero empujados hacia Monimbo por la policía antimotines y la Juventud Sandinista, los manifestantes levantaron los adoquines para construir barricadas que les llegaban hasta la cintura en un barrio de casas bajas y pequeños talleres de zapatos y camisas.
 
Los manifestantes arrojaron piedras, bombas incendiarias y morteros caseros elaborados con trozos de tubería soldados. La policía empleó gases lacrimógenos, balas de goma y, en algunos casos, munición real.
 
Los vecinos llevaron comida a los manifestantes y abrieron sus casas para atender a los heridos. El pequeño puesto policial del vecindario fue saqueado y quemado.
 
Janice González, una madre soltera de 21 años que estudia administración de empresas, dijo que los manifestantes respondieron cuando la policía les bloqueó el camino.
 
“Me indignó demasiado el hecho de sentir que nos estaban reprimiendo”, dijo. “¿Por qué no nos dejan marchar hasta donde vamos a ir? No les estamos haciendo daño”.
 
En un momento dado, González se vio en medio de un montón de gente que huía de una nube de gas lacrimógeno. Recordó las historias de las batallas callejeras que le contaban sus padres y abuelos.
 
“Mi abuela era guerrillera. Era ella de hecho que me enseñó a mí a disparar”, señaló González añadiendo rápidamente que no le disparó a nadie.
 
Su abuela estaba aterrorizada porque ella estuviese en la calle y le dijo que pensara en su hijo, apuntó. “Lo que estoy tratando de hacer es construir un mejor país para mi hijo”, agregó González.
 
Un factor clave para que continúen las protestas será la capacidad de los estudiantes para organizarse.
 
Todas las universidades públicas tienen gobiernos de estudiantiles que forman la Unión Nacional de Estudiantes de Nicaragua (UNEN), pero los manifestantes sostienen que esos entes están controlados por partidarios al Frente Sandinista que ya no los representan.
 
Luis Andino, presidente del sindicato de estudiantes de la UNAN-Managua, dijo a una emisora de radio local que en un primer momento la UNEN respaldó las protestas. Pero, según añadió, “pasamos de una demanda justa que era que lo del seguro social se echará para atrás, que se logró, a una intención de botar al gobierno y en eso no estamos de acuerdo”.
 
Dos semanas después del enfrentamiento más sangriento, los estudiantes se refugiaban en el interior de la Universidad Politécnica de Nicaragua en Managua, reagrupados tras un enfrentamiento nocturno con la Juventud Sandinista y la policía. Entre ellos había seis heridos, y algunos de ellos fueron evacuados a centros sanitarios.
 
Los líderes de la protesta estaban exhaustos de intentar unificar los distintos puntos de vista de estudiantes de diversas universidades en una única voz coherente. El cansancio se reflejaba en las caras de los voceros del Movimiento Estudiantil 19 de abril, distinto del Movimiento (estudiantil) Universitario 19 de abril.
 
En la tercera planta de un edificio de aulas, Jeancarlo López explicó que vivían en el campus por temor a ser asesinados si se van.
 
Convirtieron las aulas en una farmacia, un almacén guardar las donaciones y salas para tratar a los heridos. Algunos jóvenes van de sala en sala con uniformes de médico y estetoscopios colgados al cuello.
 
Pero no se habían organizado lo suficiente como para expresar una lista de demandas o para elegir a sus representantes para las negociaciones con el gobierno, que estarán medidas por la iglesia católica. El diálogo comenzará el miércoles, según anunció la Iglesia el lunes.
 
Jairo Bonilla, otro portavoz del movimiento vestido con una camiseta blanca con el lema “#nosomosdelincuentes” escrito delante y “#somosestudiantes” a la espalda, señaló el único punto de consenso.
 
“Nosotros no queremos que él (Ortega) nos siga gobernando”, manifestó Bonilla. “Él puede decir de qué forma quiere salir, si quiere salir de forma formal y legal, de una manera justa como debería ser, o de la forma en la que él derrocó a la dictadura de Somoza”.
 
Edén Pastora, confidente de Ortega y miembro del actual gobierno sandinista, considera que los estudiantes son agitadores, peones o mercenarios que están siendo manipulados por fuerzas locales e internacionales en un intento de golpe de Estado.
 
En el interior de una oficina decorada con parafernalia revolucionaria, el hombre más conocido por su mote de guerra “Comandante Cero”, rechazó la idea de que existan paralelismos entre la batalla que libró junto a Ortega contra la dictadura y lo ocurrido el pasado abril.
 
“Aquí en Nicaragua podemos hacer todo menos un caos y estos jóvenes de ciertas universidades se pusieron a hacer tranques para que la población no saliera a la calle, queriendo generar un caos”, dijo. Cuando las autoridades avanzaron contras las barricadas fueron recibidas con piedras y morteros, “entonces la policía contestó con violencia”.
 
Pastora alegó que el conteo de fallecidos que ofrecen los grupos de derechos son exagerados, pero no ofreció una cifra oficial. Las muertes deben investigarse, dijo.
 
Parado frente a un altar con flores y una foto de gran tamaño de su hijo sonriente, Gómez dijo que el joven nunca antes se había mostrado políticamente activo. Durante dos meses trabajó por las noches en una fábrica en la zona de libre comercio donde cosía logos en camisetas para pagar el cuarto año de sus estudios de banca y finanzas.
 
A su hijo le justaba jugar al basquetbol, escuchar música electrónica y salir con los amigos, explicó Gómez.
 
“Lo que ocurrió en Nicaragua fue algo espontáneo de los jóvenes”, agregó insistiendo que no estaban manipulados sino que reaccionaban a los ataques a los pensionistas. “Esto fue lo que motivó los muchachos”.