EN UN MARCO DE INSEGURIDAD Y corrupción es prácticamente imposible elegir al Presidente de la República ideal, aquel que ponga fin a la guerra inútil contra el narco y entre narcos, que someta al gobierno y lo controle bajo un mismo esquema de arriba hasta abajo y de lado a lado. No obstante, atestiguamos un primer debate con la esperanza de descubrir en el tono de voz, en las actitudes y el mensaje a través de las respuestas, un indicio que nos transmita seguridad en el voto y decisión en la participación electoral. El combate verbal ocurrido en el Palacio de Minería no nos permite concluir quién es el más capacitado para presidir al país, para modernizar a México y afianzar a sus habitantes en el marco ideal del decoro en todos los órdenes de la vida. Acaso, simplemente, tengamos claro que la habilidad para ganar la controversia no representa el don que todo Presidente de México necesita poseer para concretar el cambio.
PONER COMO PUNTO DE PARTIDA la honestidad de los candidatos -por ejemplo no decir las mentiras que se le atribuyeron a Andrés Manuel López Obrador- fue un paso inútil porque la honestidad en la vida pública no es un valor de curso ordinario. Destacar la honestidad por contraste no representa una acción que garantice las transformaciones que reclama México en momentos en que nuestra estructura republicana se estremece bajo el fuego de las organizaciones criminales que aturden al ciudadano elector y le siembran la duda sobre el futuro de nuestro país. Sin poder afianzar la confianza y la seguridad en uno de los personajes que buscan la Presidencia de México, el elector fincaría sus decisiones en bases endebles. Las habilidades demostradas en el debate del pasado domingo no equivalen a las que son indispensables para desarrollar México. El mejor aspirante presidencial no es el que mejor se defiende en un debate sino aquel que demuestra conocer el país, que ofrece opciones para salir del clima adverso, que coloca en nuestro horizonte un proyecto serio y realizable.
CONFIGURAR DESDE AHORA UN triunfo sustentado en los sondeos de opinión y opinar que el triunfo está respaldado por los valores de múltiples encuestas, casi elimina el valor de depositar el voto en las urnas. Querer dimensionar el resultado electoral con las proporciones que arrojan las encuestas, causa animadversión y reclamo en los ciudadanos porque se llega a confundir el valor de la elección con los resultados de una encuesta que apenas puede ser una muestra aleatoria. No obstante, las controversias surgen a partir de las expresiones de los candidatos. Las propuestas de amputar una mano a los corruptos o de aplicar la pena de muerte, generan reacciones espontáneas y no siempre con valor para resolver la pobreza persistente en más de la mitad de los habitantes del país. Tampoco son dignas de nuestra nación las propuestas de un cambio basado en acciones probadamente perjudiciales, como el poner a circular dinero sin el respaldo que toda moneda debe tener.
SI NINGUNO DE LOS CINCO aspirantes presidenciales demostró un conocimiento pleno de la realidad del país, si a ninguno, esa realidad, le ha permitido la creación de un plan de gobierno con paso seguro y firme, no pidamos que cada uno presente un proyecto maravillosamente acabado, apegado a la realidad lacerante, a fin de presentar un plan motivador y confiable para que podamos decidir una elección clara, cierta y firme. Y si así están los presidenciales ¿cómo estarán el resto de los 3,400 puestos a renovar?
@pedrocervantesr