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Los efectos de la preocupación crónica

Agencia | 04/10/2017 | 12:56

La preocupación crónica es una dinámica psicológica muy común en nuestra actualidad, marcada casi siempre por el estrés y las presiones.

Estamos ante un componente más de la ansiedad, un síntoma que, sin llegar a ser patológico en gran parte de los casos, lo que sí ocasiona es un gran agotamiento físico y emocional para la persona que lo sufre a diario.

Son como tormentas mentales, como pozos sin fondo en los que caemos a diario donde no dejar de pensar en ciertas cosas que no han ocurrido o que, sencillamente, forman parte de nuestro pasado.

Estas situaciones, ahí donde la mente se dedica a sufrir u obsesionarse por determinadas cosas, debilitan de forma patente nuestra productividad y, en esencia, nuestra calidad de vida.

Asimismo, es importante considerar que la preocupación como medio de afrontar los problemas no siempre es útil.

¿La razón? Cuando nos preocupamos en exceso aparece el negativismo y la indefensión, por lo tanto, dejamos de ser útiles para nosotros mismos al no focalizarnos en estrategias más prácticas.

Aún más, tampoco debemos descuidar un detalle esencial: la preocupación crónica tiene un alto coste para nuestra salud.

1. Tensión muscular a causa de la preocupación excesiva
Todos lo hemos experimentado alguna vez. Llegar la última hora del día y notar los músculos del cuello y la mandíbula mucho más rígidos y dolorasamente tensados.
La mayor parte de las veces no somos conscientes de la gran cantidad de reacciones biológicas que desencadena la preocupación excesiva, la cual, como ya hemos señalado, es un componente más del demonio de la ansiedad.
Cuando nos preocupamos en exceso a lo largo del día, nuestro cerebro empieza a liberar cortisol en sangre, la hormona del estrés.
Lo que hace el cortisol es prepararnos para la huida o la pelea.
El cerebro manda a su vez gran parte de nuestra energía y circulación sanguínea hacia los músculos para ayudarnos a reaccionar.
Estos procesos generan tensión muscular y articular, a la vez que cefaleas, dolores de estómago, mareos…

2. El cansancio y la preocupación crónicos
Ocurre en gran parte de los casos: las tormentas mentales, los ovillos de nuestras preocupaciones y esa ansiedad que no sabemos gestionar acaba impactando sobre nuestro cuerpo.
La mente es la que consume toda nuestra energía, ella la que carcome nuestros ánimos e incluso las ganas de llevar a cabo gran parte de nuestras responsabilidades cotidianas.
Poco a poco caemos cautivos de ese círculo vicioso y desgastante que ocasiona la preocupación excesiva donde el cansancio físico también nos hace prisioneros.

3. La preocupación crónica debilita nuestro sistema inmunitario
Preocuparnos por un proyecto, por una entrevista, por esa operación que tenemos en breve es algo natural y comprensible.
Ahora bien, el auténtico problema surge cuando la preocupación se instala en nuestro día a día para ocupar cada uno de nuestros pensamientos.
Si, además, dichas elucubraciones y reflexiones internas son siempre negativas, todo ello tiene un impacto directo sobre nuestra salud.
No solo se eleva el nivel de cortisol en sangre, también se dispara la adrenalina…
Todo nuestro organismo está en “estado de alerta” porque el cerebro interpreta que hay un riesgo ante el cual reaccionar.
Todos los recursos biológicos y energía van hacia los músculos y al cerebro. Así, se descuidan por completo otros sistemas como nuestra inmunidad.

Dejamos por tanto de poder reaccionar de forma tan efectiva ante virus y bacterias. De ahí, que seamos más sensibles ante las infecciones, los resfriados, las alergias.