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Solo para débiles

Eduardo L. Marceleño | 26/11/2016 | 11:46

En la búsqueda del equilibrio público los hechos se narran desde la perspectiva de los medios de comunicación, aunque otra versión permanece intacta, la que se observa pero no merece la atención del registro oficial. Dos realidades entran en competición por la verdad en la mente del lector, en ella la historia ha dictado el triunfo del editorial ante el pavoroso espectáculo de la existencia bruta. El tema: la directriz de la historia a partir de la breve retórica del encabezado.

Sin embargo, en algunas ocaciones, cuando los hechos superan la narrativa, acontecen un resultado insólito. El reciente triunfo de Donald Trump pone de manifiesto ese razonamiento. Los medios de comunicación contaron la historia que necesitaban creer para volverla verdadera. Mientras los principales diarios de Estados Unidos alineaban el escudo editorial que apuntalaba el eminente triunfo de Hilary Clinton, la realidad de los hechos se consolidaba en una silenciosa derrota para la candidata demócrata, quien víctima de dislates lingüísticos y, dicho sea de paso, meramente ornamentales del discurso feminista, creyó que las mujeres de su país la respaldarían. Craso error.

Merece la pena reflexionar en la vacuidad de la información que nos rodea. De manera viciosa la sociedad actual reproduce discursos comprometidos con la agilidad de quien suelta un chisme, como si compartir ideas ajenas fuera sinónimo de excelso status comunicativo. La opinión que se forma en la rápida memoria del ser “informatizado” se disipa cuando llega la otra, y éste, a su vez, habrá de compartirla con exultante orgullo.

Todos los días el morbo público se vuelve viral. Poniendo en riesgo su propia capacidad intelectual, la medianía incurre en la reproducción de información sin el mínimo sentido de responsabilidad. Vivimos en el lugar donde la ingenuidad es el designio permitido en los tiempos donde el compromiso ineludible del internauta es alimentar la ignorancia.

En la dialéctica informativa de estos días, la desinformación se vuelve una forma de la congruencia. Los votantes de Trump basaron su inclinación en el discurso de una sola persona, no en la opinión pública. Contrario a la lógica que supone la era de la información, la clase conservadora del país más influyente del mundo demostró que todavía existen defectos en la producción y distribución de los contenidos mediáticos.

Vivimos la era de la información pero las sociedades no están listas para procesar la materia prima. Como lección queda analizar las elecciones de Estados Unidos, donde la realidad superó la narrativa.