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Ventana Política

Ma. Guadalupe González Moctezuma | 19/11/2016 | 02:16

La libertad cuesta muy cara, y es necesario, o resignarse a vivir sin ella, o decidirse a comprarla por su precio.
 
José Martí
 
La Comisión Federal de Competencia Económica (Cofece) parece estar haciendo débiles intentos por enfrentar a los monopolios y ha decidido "recomendar" que se eliminen las barreras a la entrada en el servicio de autotransporte de pasajeros en los aeropuertos nacionales.
 
Esta semana que termina marcó el inicio de la lucha del sistema de gobierno en contra de una de las prácticas que más ha dañado la sana competencia en materia de transporte público y que además ha generado una serie de vicios que han convertido los aeropuertos nacionales así como las centrales de autobuses, por mencionar sólo dos casos, en cotos de poder en los que sólo los taxistas elegidos y que estén dispuestos a pagar las "cuotas de recuperación", pueden trabajar.
 
Estas acciones, que jamás han tomado en cuenta las necesidades y preferencias de los usuarios, se han extendido a lo largo y ancho de la República Mexicana. Así es como podemos justificar el hecho reciente en el que supuestos agentes de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes decomisaron en el Aeropuerto Internacional Ponciano Arriaga un vehículo que trabaja para la plataforma Uber, adjudicándose atribuciones que mil veces se ha dicho que no tienen, en teoría, pero que en los hechos aplican con absoluta impunidad y en contubernio con algunos grupos de taxistas.
 
El servicio de taxis abiertos devolvería a la sociedad el derecho a elegir el medio de transporte conforme a su conveniencia, tal como siempre debió haber sido.
 
Pero también permitiría que se rompiera el control de los monopolios de las fuentes de trabajo, con lo que la democracia y la libre competencia saldrían ganando.
 
Es de esperarse una dura y prolongada contienda de los grupos porriles que detentar este poder en contra de la "recomendación" de la Cofece, por lo que se avecina un endurecimiento de las acciones de los autollamados taxistas tradicionales, sobre todo aquellos que, en complicidad con los agentes de la SCT, se sienten con el derecho de parar a cualquier automovilista que, a su criterio, parezca chofer de Uber.
 
A lo largo del año que está por terminar hemos visto la forma en que operan estos grupos pandilleriles de supuestos servidores públicos, así como el desprecio que sienten por las preferencias y decisiones de los usuarios.
 
No todos los taxistas tradicionales son unos patanes, es cierto, hay muchos que se dedican a trabajar sin meterse en lo que no les importa, pero otros se han dejado llevar de la nariz con el cuento de que Uber les está quitando el pan de la boca a sus hijos. Jamás han querido reflexionar en que son sus propias acciones las que alejan a los usuarios. Esas actitudes de perdonavidas con las que incomodan a la clientela colocándola en la posición de quien pide un gracioso favor en lugar de un usuario que está dispuesto a pagar por sus servicios.
 
Y es precisamente esta falta de responsabilidad y congruencia por parte de algunos taxistas lo que le ha dado mala fama al gremio, una mala imagen que se ha acrecentado desde que se popularizó y se hizo más fácil el acceso a las redes sociales, ya que en esta plataforma los usuarios externan su molestia por las actitudes de los taxistas.
 
Hace ya mucho tiempo que era necesario que alguien intentara al menos ponerle un freno a la voracidad y autoritarismo de estos grupos de taxistas amafiados, pero no ha sido sino hasta ahora cuando la Cofece se ha atrevido, aunque tímidamente, a tratar de abrir estos espacios públicos que los taxistas se han adjudicado.
 
Ojalá que este intento funcione y que no haya necesidad de enfrentamientos.
 
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