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Punto de vista

Pedro Félix Gutiérrez Turrubiartes. | 19/11/2016 | 02:12

En los días en que la muerte llega y la violencia avanza, sumar ideas o propuestas de análisis al colectivo social para alimentar nuestras certezas y acciones impone retos.
 
Los teóricos del desastre, de la anomia social, de la enfermedad o patología de la sociedad lo han señalado desde los cincuentas en que el proceso de urbanización creciente comenzó a recibir e incrementar sus poblaciones.
 
Desde la perspectiva social la hipótesis es que: a mejores ciudades mejores ciudadanos. Pero el caso es que el fenómeno de la urbanización ha incrementado las perspectivas de influencia negativa sobre el individuo, la familia y la multitud.
 
La dinámica del crecimiento urbano debe manejar en una concepción global problemas tan encontrados a veces  como los del tráfico vehicular, la disposición de la vivienda, excretas y basuras con  el agua potable, la educación, la recreación y los servicios.
 
Todo esto, la tenencia de la tierra, la ecología, la pavimentación y el drenaje con el consecuente hacinamiento. La concentración demográfica y la dispersión en otras áreas, la migración interna dan todas las posibilidades para la presentación de los aspectos negativos de violencia y marginación.
Duplicadas y cuadruplicadas las ciudades toman por sorpresa a la organización social, que no se encuentra preparada para procesar, atender mitigar, ordenar y conducir estos procesos sociales.
 
La drogadicción, el suicidio, la criminalidad, el robo, La prostitución, la violencia social, la irritación del hombre común, el miedo y la inseguridad son más amplios y patentes.
 
Mientras la vida sigue y el tiempo pasa, por desestabilización nos damos cuenta del asunto sin tener paradigmas, conocimientos, herramientas ni procesos para atender las demandas.
 
Las reacciones de desesperanza, frustración constante, resentimiento, cinismo y hostilidad a flor de piel, donde la iniciativa esta inhibida y los únicos caminos de escape son indeseables que producen estas reacciones peligrosas del cuerpo social, las pintas en muebles urbanos, el crimen, la toxicología.
 
 Lo cual modifica el estilo de vida, va transformando la percepción, las actitudes sociales, los valores, porque el crecimiento urbano desordenado no solo genera una patología sino otras formas de vida que inciden en la patología.
 
Por ej. El trabajador que labora de más, la madre que trabaja, los niños de la calle desprotegidos y mendicantes, la juventud abandonada a su suerte son las amenazas a la salud psicosocial del individuo, que compromete el equilibrio dela conducta y produce alteraciones vinculadas con la armonía de los grupos sociales.
 
Además la incoordinación, la falta de adiestramiento del hombre de la calle sobre los factores patógenos son los elementos que perjudican la cohesión social y agudiza la distancia entre sus miembros.
 
Todo está escrito e investigado, pero no se aplica, Floreal, Ferrara Y paganini, desde la Argentina en los setentas, Ricardo Tarsitano, y las villas de emergencia, los anillos marginales, Abel Polansky y los cinturones de miseria.
 
Bárbara Jacobs, citada por Enrique Betancourt, “muerte y vida de las grandes ciudades” nos dan propuestas para ver, entender prever y no permitir: la muerte de taxistas y estudiantes, la violencia contra las mujeres y los niños, el robo a transeúntes, automóviles, negocios y casas y el inexplicable enriquecimiento inexplicable.
 
El rompecabezas de una ciudad como la nuestra se traduce en que su organización parcializada permite conocer: distritos electorales, distritos sanitarios, áreas  geo estadísticas básicas, distritos judiciales, zonas comerciales, y a cada quien trabajando por su lado. Consecuencia; desperdicio de recursos, incoordinación, fracaso de programas.
 
Y apenas es una ciudad en crecimiento con perspectivas de industrialización que aún no pasa del millón de habitantes y rápido llegara a más por las expectativas que de trabajo tiene, la conurbación metropolitana y la migración.
 
Sabemos que gracias a vivir espiados, con señales de alarma y alerta por todas partes, encerrados en pequeños “ghettos”, con barreras, cercados por las pandillas juveniles, marcados por las señas de ser susceptibles de robo y en alta fragilidad social. Aún no se encuentran las claves.
 
Los procesos de respuesta son lentos, diversificados y sin resultados tangibles. Aceptar que el modelo de SUBSEMUN que determino recursos para equipar policías quedo atrás. Que el estudio estadístico y la determinación de áreas criminógenas en la ciudad con estadísticas no llevan a acciones concretas.
 
Es preguntarse si en esa dinámica de abandono los responsables han leído estas experiencias, se han documentado, para encontrar en las tesis sociales y las experiencias internacionales sobre lo que ha funcionado y no a la hora de aplicar medidas de seguridad ciudadana.
 
Discutir estas propuestas es el asunto, hacerlas públicas y llevarnos por el camino  que habremos de caminar, querámoslo o no y aceptémoslo o no. Todas las ciudades en crecimiento han pasado por esto.
 
Ver por ejemplo: como le hicieron en Medellín Colombia, en los Ángeles, en Tokio, en Londres, en Brasil, en Barcelona.
 
Estos aprendizajes nos hablan de la Focalización poblacional y territorial, de la aplicación de la psicología social y la salud pública, de la demografía, del urbanismo y sus componentes sociales. De los derechos humanos, la participación ciudadana, de la prevención primaria y la colaboración interinstitucional.
 
Y también de mejorar las condiciones de hambre y pobreza de los grupos marginales, de hacer más eficiente la política social y de saber que una cosa es la delincuencia organizada y otra la desorganizada, desde donde hay que incidir fundamentalmente, para dejar de morirnos en la nada, robarnos unos a otros, perderle el miedo a la calle, y discutir colectivamente las acciones precisas a desarrollar en la ciudad, con su población usando todos los medios de comunicación posibles. Antes de discutir si se prende un semáforo o una alerta, que en nada previenen.
 
Es decir atacar la enfermedad social antes de que aparezca, crear nuestras “vacunas sociales” y propiciar el reencuentro con lo mejor de nosotros. Reconociendo que el delito siempre ha existido, que llegó para quedarse y que hay que trabajar socialmente para disminuirlo, cercenar sus causas, mitigar sus efectos y buscar nuevas formas de convivencia y esperanza.
Pfelix2000@hotmail.com