Jueves 25 de Abril de 2024 | San Luis Potosí, S.L.P.

Solo para débiles

Eduardo L. Marceleño | 08/07/2016 | 01:02

La mentalidad del prójimo suele ser tan compleja al intentar descifrarla que al momento de socavar ideas en ella puede representar algo similar al riesgo que se corre al practicar un deporte extremo. Cada cual tiene su manera de ver el mundo, pero se adapta a la regla con tal de sobrevivir en una especie de safari social.

El pasado fin de semana, fui con mi amigo Gabo al supermercado a buscar un buen paquete de filetes para asar. Por lo usual, cada que organizamos una convivencia similar elegimos el corte de siempre. Sin embargo, aquel sábado había uno de exportación que tenía muy buena pinta; al conocer su precio, optamos por seguir fieles a la costumbre. Al momento de hacer cola en la caja notamos que el carnicero se había equivocado, nos había puesto el costoso corte en lugar del tradicional. Como nos sobraba tiempo decidimos ir a cambiarlo, pero en el reino de los carniceros los cambios son irremisibles. Con temor, fuimos consientes de la imperante ley pero afrontamos la excepción con el valor de la cortesía: 

“Disculpe, Señor, nos puso el corte americano en lugar del nacional. El precio no estaba considerado en el presupuesto de esta tarde. ¿Sería tan amable de ponernos el corte nacional?” Curiosa la forma de apelar cuando sobra tiempo pero escasea el dinero. 

Entramos en un terreno incierto al solicitar el cambio, todas nuestras posibilidades apuntaban a la negativa. Contrario al lugar común, el rey del cuchillo agradeció el gesto de regresar la charola de carne importada hasta el lugar de almacén. En respuesta, nos dio los filetes importados al precio del nacional. Existen razones que escapan a la regla social pero que terminan por ser superiores gracias a un acto fortuito de amable imprudencia. 

Por otro lado, ese fin de semana atestigüe un par de disposiciones que no dejaron de hacer ruido en mi cabeza. No dejaron de sonar no por otra cosa sino por la ambigüedad con la que la gente entiende estos días. Las redes sociales se han convertido en el escaparate de los complejos, trincheras que a su vez se reproducen de manera exponencial sembrando descontento y rencores de poca cepa; el paraíso de los iracundos. Los hay de todas las marcas. Hay quienes se esmeran por un insulto de categoría, y emiten un tuit con magistral sentido de la humillación al prójimo. Por otro lado, hay acomplejados que sus insultos son tan tristes que su mensaje rebota en un efecto espejo. En ambos casos, la forma impera sobre el fondo. 

En momentos de ocio observé una pelea donde las armas más letales eran tuits que en menos de 140 caracteres destrozaban la moral del enemigo, aunque a fin de cuentas eran agravios sin fundamento alguno. La verdad sea dicha: socavar en los argumentos del otro significa cruzar el brutal safari de los prejuicios y complejos. Total, existen mentes cuyo sentido de existencia oscila en provocar las fronteras del riesgo y usar la creatividad para formular ataques. En tal caso, los agravios pueden quedar justificados.

El domingo por la noche me enteré de que no soy del agrado de un conocido, nada nuevo. Su actitud para demostrarlo no invitaba a la clemencia, aunque ya sea por desidia,   falta de motivos, o simplemente por pereza de esa que da en domingo, decidí que lo mejor sería no minar dentro de esa falsa rencilla. El lugar común no se equivoca, y uno no puede ser el héroe de todomundo. 

Antes de dormir pensé en el Top Sirloin Angus Certified y la desparpajada voluntad con la que el carnicero la tendió a un precio que comprometía su desempeño en el supermercado. Pensé en los gestos más genuinos como una deferencia de los desconocidos; la amabilidad como el lugar donde el vicio de la convivencia superficial todavía no conoce a la persona.

Las redes sociales se han vuelto caciques de la verdad. Caso opuesto, en la zona absuelta de redes, la verdad se interpreta como un acto de la casualidad.