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Extraños Tiempos

Hugo Laussín | 03/06/2016 | 01:36

Desde que San Luis es San Luis, por estar en pleno desierto, el que llueva es una ocasión singular para que algo pase, bueno, malo, pero que algo salga del control de los potosinos.
 
Si de algo padecemos en este estado, al menos en la parte norte de él, es de lluvia y por ende, de fuentes de agua abastecidas permanentemente.
Pero más allá de que el grito consabido con las primeras gotas que recae en la memoria de todos al escuchar ¡la ropa! ¡las ventanas! Y que se escucha en casi cualquier domicilio de San Luis, no puede negarse la interrogante de el por qué siendo San Luis lo que es y la lluvia lo que también es, no se toman las medidas adecuadas para aprovecharla, de perdido, para que no causen estragos en nuestras calles y patrimonios.
 
La lluvia, por más o menos que ésta sea, jamás será mala para un estado como el nuestro, lo malo es que pasan los siglos y las modernizaciones y la cultura del agua en San Luis parece que se ha quedado en la mirada perdida de cualquier cavernícola asustado con el rayo y el trueno, es decir, en la nada, en la lela, en la baba así de simple.
 
Todos, ciudadanos y gobernantes, con toda la gama académica, desde la ignorancia hasta el doctorado, sabemos que el agua tiene el enorme poder de aliviar o destruir, pero sabemos también que de nosotros depende que alguna de estas dos cosas suceda.
 
Tenemos centenarias presas que simplemente ya no logran servir por falta de mantenimiento, porque vamos, para qué invertirle en su cuidado si al cabo ni llueve ¿verdad? (piensan las autoridades).
 
El asunto es que llueve, y mucho y a veces nada, y ya no hay temporada para ello, por lo tanto, las presas lejos de ser románticos paseos y apestosos remansos de agua, debieran ser una de las prioridades de nuestros gobiernos (Estatal, Federal y municipal) pero sin caer el en consabido y oscuro negocio, como acaba de suceder con El Realito, del cual ni se ve ni se siente y se paga caro.
 
Suena descabellado y de primer mundo, pero los pozos de captación sirven y mucho, aunque lamentablemente nuestras autoridades, sobre todo las dedicadas al negocio del agua (porque es un negociazo), confundan y quieran vender la idea de que las bocas de tormenta, los colectores y los pozos de captación son lo mismo y no, no es así.
 
Nuestros colectores, eficientes hasta eso, lamentablemente sirven para desahogar más rápido el agua pero no para colectar absolutamente una gota, pues al final, toda el agua que cae en ellas se va a nuestro caño principal, el súper bulevar Santiago, propiedad de todos y de nadie a la hora de los mantenimientos.
 
Las inundaciones en nuestras calles no requieren de tormentas y trombas, basta una pequeña lluvia para causar caos en la ciudad y las calles, inundaciones donde el concreto y el asfalto no son conocidos y el derribo de árboles y postes a los que nadie les presta atención  hasta que es tarde.
La culpa es de los ciudadanos, han gritado desde sus escritorios muchas veces los funcionarios, que porque la basura tapa las alcantarillas y sí, en gran parte es verdad, pero más que basura hay hojas, ramas, tierra y mucho escombro que no tienen dueño.
 
Tenemos un sistema de tuberías subterráneas que le darían envidia a los gnomos de los cuentos, porque son pequeños, apenas para ciudades muy pequeñas, casi casi de maqueta. Pocas son las calles y avenidas que tienen  por debajo tubería adecuada y ni qué decir de las tuberías y desagües caseros. Una inundación de mayores proporciones en las calles no haría mas que regresar el agua a las casas y el daño a los patrimonios sería más que millonario.
 
No, a nadie le importa usar la lluvia a favor, hemos preferido en toda nuestra potosina historia, sacarla de donde se puede, cuando se puede y como se pueda, sin importar si nos acabamos la del subsuelo, o la de embalses o de plano la importamos.
 
Ya es tiempo de que como sociedad, vayamos exigiendo y sobre todo, participando, en la cultura del agua.
Ahorrar líquido es la parte más honesta que puede hacer un ciudadano, proveerla y aprovecharla, la parte más eficiente que podrían tener nuestros gobiernos.
 
Sexenios y trienios van y vienen, las quejas por inundaciones y sequías no se detienen y el agua se nos va como viene sin que logremos entender la importancia que esto tendrá en el futuro ya nada lejano.
 
La cultura del agua debiera ser cuestión ya de seguridad no sólo local, sino nacional. Y nos sigue importando un pepino y nos ahondamos en organismos como el Interapas que ni fu ni fa, un Conagua que es mero negocio y cientos de organismos que administran a su contentillo la poco agua que tenemos.
 
Más que carreteras, más que edificios, más que todo, lo que necesitamos, lo que realmente necesitan nuestros hijos, es asegurar que tengan agua, así, simple, sencillo, que tengan vida.