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Solo para débiles

Eduardo L. Marceleño | 01/06/2016 | 01:18

A los amigos les debemos cierta admiración, una especie de idolatría discreta, que no se dice pero se percibe en el entendimiento de la convivencia mutua.

Un amigo, al que en esta ocasión haré referencia como Lizardo, ha desarrollado una curiosa simpatía por la imagen de Adolf Hitler, me lo hizo saber mediante el inusitado comentario: “¿Qué opinas de mí ahora que soy nacional socialista?… Nazis, simpáticos los Nazis”. No se trata de un neonazi en potencia, estamos ante un desenfrenado, aunque reflexivo, replanteamiento de pertenencia, porque llega una edad en la que pensar hasta dónde hemos construido identidad se vuelve un asunto insoslayable.

Le dije que me daba igual siempre y cuando a él lo hiciera sentir bien. Total, su azarosa postura no llegaría a alcanzar niveles radicales. Además, por otro lado, entiendo que no hay por qué socavar las creencias de las personas, si les ayudan a sobreponerse a la tristeza o a la desolación.

Construimos personajes que circunvalan los días de nuestra existencia, este comportamiento se entiende a partir de las posturas y conductas que admiramos, no somos más que el cúmulo del imaginario, de algunos acaso perdido.

Lizardo admira superficialidades de estricta relevancia, como la ropa o el modo de acomodar su cabello, dejos importantísimos de hoy en día ¿a quién no le preocupa lucir bien? Sin embargo, se ha estrellado con una realidad más complicada, la de sospechar sobre una personalidad aprendida en distintos momentos. A manera de expiación, ha decidido ir por el rumbo de la contradicción, dominar la marea de lo socialmente señalado: el nazismo. Su percepción le otorga un giro de encantadora reticencia; el modo de sublimar la edad que lo ha inducido a ese campo de batalla reflexivo, mismo que apuntala los treinta años.

Por lo demás, todos admiramos a nuestros amigos. Me he sorprendido a mí mismo reproduciendo una conducta, o un gesto, de mis allegados más queridos. Un acento ajeno se escapa en determinada situación, una expresión infalible que resulta espléndida para definir el momento. Es por eso que los queremos, porque nos dotan de herramientas para enfrentar la subjetividad de lo que nos rodea.

Admiro en gran medida a Lizardo, su forma cambiante y convulsa con la que se encarga de sobrellevar sus días. Es capaz, incluso, de convencerme y estar cerca de volverme nacional socialista como él. En fin, no dudaría que los nazis fueran campechanos y tuvieran algo “cotorro” en su desenvolvimiento (los judíos no darían tregua). Total, Nazis, simpáticos los Nazis.