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Monosatírico

Alex Valencia | 12/05/2016 | 22:19

El otro día traté de hacer una piñata. El resultado fue aceptable. Vamos, no para atreverme a ponerla a la venta, pero cumplía sus propósitos primeros. Me di cuenta, sin embargo, que la esencia misma en la realización de ese producto proveedor de alegrías, tradición y esporádicos descalabros reside en aquello que le permite cobrar forma; es decir, el engrudo. Con esa reflexión en mente, tomé mi piñata y me senté a esperar el camión en un parabús cercano. A mi lado se posó una señora a la cual de pronto me nació decirle: “Mi madre siempre decía que la vida es como el engrudo, nunca sabes cuándo se te va a hacer bolas”.

El camión pasó por una plaza muy grande y creí ver un circo, porque un simio de playera rosa gritaba obscenidades a otras personas porque quería marcar territorio fuera de su cubil para no pagar estacionamiento mientras le aplaudían otros monitos aulladores. El pobrecito primate debe tener una plasta de engrudo endurecida dentro de su cabeza, pensé, porque tonto es el que hace tonterías.

Como el viaje se estaba haciendo pesado, tomé mi Smartphone y me puse a leer medios electrónicos, pero me encontré con unos señores enojados escribiendo en medios electrónicos mentiras y exageraciones sobre cultura, cada vez más deformes y furiosas, me dio un poco de coraje, pero recordé lo que decía mamá “Por supuesto que todos somos diferentes, si dios hubiera querido que fuéramos iguales nos habría dado a todos mala ortografía y nulo talento periodístico”. Supongo sus palabras eran así por tener lengua de engrudo.

Bajé del camión y vi a mucha gente concentrada en la plaza, todos aplaudían alegremente mientras al fondo un gallo viejo veía lascivamente a los asistentes con cara de boleta electoral y en el escenario Caifanes y Malditos le dirigían al público bonitas palabras de amor, paz y en contra de la explotación de los políticos hacia el pueblo mientras le cobraban su actuación a uno de ellos por hacer eso que acusaban. Puede que yo no sea muy listo, pero se lo que es la hipocresía –pensé.

Unos metros atrás vi en su oficina a un güerito escribiendo importantes planes para el estado, pero en lugar de tinta usaba engrudo, porque siempre que iba a escribir sobre indígenas se le tapaba las pluma y para evitar problemas mejor decidió rodearlos, aunque después, escondiendo las manos llenas de engrudo

tras de sí, afirmaba que no era cierto, que no había sido su intención y le echaba la culpa a los compañeritos de al lado.

Más allá, en el jardín de San Francisco, otro señor trataba de hacer mil cosas con el engrudo hecho bolas del día anterior, pero no entendía que la solución no era ponerle más agua ni agregar harina de dudosa calidad, sino hacer uno nuevo. Por ello, a pesar de sus buenas intenciones, no terminaba de quedarle listo nada.

Me di cuenta de algo: el bien es como el engrudo; muy sencillo de hacer, pero si no se le tiene debido cuidado se convierte en una masa pastosa cuyo uso es, por más que se quiera, inaplicable. Ahora bien, sirve para hacer piñatas, y las piñatas, por más bonitas, están destinadas a destrozarse a palazos.

Aquel día, por muchas razones en particular, decidí salir a correr. Corrí hasta el final del camino y cuando llegué, pensé que tal vez podía correr hasta el final del pueblo… y correr, y correr, pero el engrudo siempre nos alcanza.