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Inclusiones

Marcela García Vázquez | 25/04/2016 | 12:52

Ayer la encontré después de un buen de años de no verla; lo último que supe de Mónica, era que se había casado con el novio del que se enamoró en la escuela de Ciencias de la Comunicación, el único hombre que yo le conocí,desde que llegó a esta Ciudad originaria del Municipio de Moctezuma. Durante nuestra charla que apenas ocupó unos 30 minutos, fueron suficientes para despertar en mí la sospecha de que apenas comenzaba a recuperarse de las secuelas que deja el fantasioso y perverso “amor romántico”.

Caminaba a paso acelerado por uno de los pasajes de la Himno Nacional debido al agobiante sol del mediodía, un sábado de primavera, intempestivamente, escuché su voz en un grito que apenas rompía con el murmullo de la gente y los coches que pasaban por ahí; -¡Marcela!, el tono me estremeció y volví haciaella la mirada, no la reconocí, no era la misma, ni se asemejaba si quiera, a la mujer adolescente que conocí, se detuvo esperando mi respuesta, y me aproxime a ella. Me dispuse a dedicar un tiempo a ese encuentro porque sabía que era una mujer callada e introvertida, que, desde su matrimonio con este hombre, no había vuelto a tener una vida social, más allá del ámbito familiar.

Habían pasado ya 26 años que egresamos de la Escuela de Comunicación y sobre su piel los años se habían acentuado con un tono a invierno que no era acorde a su edad, su cuerpo esquelético, en extremo delgado y carente de nutrientes, su rostro seco, las manos como lijas, se habían desgastado dejando en los platos y en la ropa suciade los 9 hijos engendrados en el amor, y que le quedaron cuando el hombre la dejó, todo en su persona se veía triste, una sonrisa forzada, casi mueca, a punto de brotar lágrimas de sus ojos apagados, daban señales de que la vida no le había sido fácil en los últimos años, quizá nunca le había sido fácil.

Nos detuvimos a comentarnos las noticias de nuestras vidas, “nos echamos el chal” para decirnos de cómo habíamos sobre vivido a lo largo de estos años en estos cuerpos de mujeres, en los que se vive con más dolor y más cansancio que en el cuerpo de un hombre, eran muchos años y muchas noticias de su vida y de la mía, pero ella necesitaba que la escuchara más que ella a mí, lo supe cuándo ya no hizo pausasy atrapaba mis ojos con la mirada ansiosa, como si el tiempo se fuera a agotar sin terminar de enunciar deliberadamente los dramáticos pasajes de su vida, no puede, ni quise interrumpirla para preguntar o hacer precisiones, creo que se desahogaba de tanto dolor callado en sí misma, ante sus hijos-hijas y dentro de la sociedad. Me contó que por su vientre se habían gestado diez hijos e hijas, a quienes se había dedicado en cuerpo y alma durante los últimos 23 años, reparé entonces, queera posible entender que su cuerpo físico se encontrara tan maltratado y abandonado de si misa.

La narración cegó mi mente y  no pude evitar interrumpirla y preguntar por nuestro compañero, su esposo; Se le rasgaron los ojos, ytrago saliva para decirme que él se había ido, que la había dejado con los hijos e hijas que juntos habían procreado, y que solo se había llevado al mayor, un varón el primogénito, y pensé “como hasta en estos casos de abandono y des obligaciones, el machismo aplica sus reglas y principios, el resto de la prole se quedó con ella, yo todavía no termino de explicarme cómo le hizo Mónica, y cómo le hace para cargar con semejante responsabilidad materna y su empleo, pues cubre un turno de cinco horas a la semana en una dependencia de gobierno para poder sufragar los gastos de sus hijos e hijas y completar con la miserable pensión heredada por el sujeto que les abandono a su suerte.

La mire fijamente a los ojos y juntas reflexionamos sobre las caras que vemos y puños no sabemos; mi compañero de estudios, su esposo, la para humillarla la llamaba sirvienta, por ser originaria de un municipio cercano, y por su imagen desgastada por la explotación domestica que mermó su salud física y emocional debido a la violencia que vivió con él en los años que estuvo a su lado, cuando ella equivocadamente pensaba que cada golpe que recibía era normal, pues “no le pegaba como a un hombre”, dijo “eran golpes leves, no eran tan graves”. Luego otra vez las lágrimas, trajo a su memoria un evento doloroso mientras se tocaba la nariz para mostrarme el tabique desviado, elemento que entonces reparé, era también parte de la descomposición que yo notaba en su rostro.

Como describí al inicio de este texto, yo percibí que se estaba recuperando de las secuelas del “amor romántico”, había salido de la oscuridad y comenzaba a ver la luz,  porqué al menos su familia no le había dejado sola y ya estaba encarrilada en un proceso legal para defender su derecho. Tuvimos que terminar la charla porque era tarde. Concluí que no tenía mucho en que ayudarle, era evidente que se veía recuperada, lo vi en la luz de su mirada, y en el tono de su voz, ya no era la de aquella chiquilla que a todo decía que sí, carente de opinión y de criterio propio, y su voz ahogada siempre. Le saqué una sonrisa con mi insoportable sarcasmo feminista, la escuche consciente, expresiva y decidida de no volver a ver a su agresor, el hombre con el que en estos tiempos tuvo diez hijos, no le pregunté si había sido una decisión de ella consciente e informada o trataba de convencerse a sí misma, así suele sucederos en estos casos.

Hoy Mónica viene y va a los juzgados de lo familiar para alegar por obtener un incremento a la pensión que el juez determinó para cubrir los gastos de las nueve criaturas  y que no es suficiente para una vida digna.Me comentó con cierta frustración, que su caso no avanza porque su expediente “siempre está perdido”, aseguró que esta obstrucción de la justicia se deba quizá a las influencias que Vikotiene dentro del gobierno, y que se ha movido para que no se resuelva a  favor la extensión de la pensión; “Quizá sea por eso” dijo; “pues siempre amenaza con que tiene un amigo en el juzgado un tal Licenciado Muñoz que le ayuda y no va parar hasta chingarme”.

Fb. Marcela García Vázquez.

Twitter: Marzela Garzía