Miércoles 24 de Abril de 2024 | San Luis Potosí, S.L.P.

Solo para débiles

Eduardo L. Marceleño | 12/03/2016 | 11:28

Existen fenómenos que no escapan a la realidad compartida. Si llueve en Ciudad de México es posible que el factor climatológico repercuta en otras ciudades del país, no necesariamente con el mismo fenómeno, sino con la  astucia de la interpretación: un mal estado del tiempo que al mismo tiempo es un mal estado de ánimo.

El martes pasado mi amigo Luis me invitó a comer empanadas brasileñas, como no las había probado  la opción era más que buena. De camino, recibí un mensaje de mi amiga Stephany que decía “parece que lloverá hoy”. Hay que mencionar que el camino hacia nuestro novedoso alimento era víctima de un latente caos: la ciudad se había convertido en rehén del viento.

No es la primera vez que escribo sobre Stephany y la inquebrantable comunicación que a pesar del tiempo y la distancia sigue intacta; ella vive en Culiacán y yo aquí, en San Luis.

Mi primera impresión al leer su mensaje fue sorpresiva, por un momento el viento de San Luis y la lluvia de Culiacán pertenecían a un mismo sitio, como si ambas tempestades se unieran gracias al mensaje de Stephany: la idea de que mi amiga se encontrara en San Luis.

Por un momento pensé que Stephany estaba de visita. Aunque el estado del tiempo de ambos lugares era totalmente opuesto, el hecho de compartir su preocupación climatológica me hizo desear verla en ese momento. El clima conectó nuestras conciencias, o quizá no, probablemente sólo interceptó la mía, un pararrayos de la nostalgia.

Le pregunté entonces ¿dónde estaba por llover?, en mi ciudad natal, dijo. La idea de un reencuentro se apagó con la velocidad del viento que soplaba con la fuerza suficiente para derribar espectaculares. Alguna repulsión, de las más genuinas pues no encuentro origen racional para explicarla, me hizo decirle que odiaba la lluvia, que me molestaba saber que en Culiacán, un lugar del calor, se vieran ese tipo de cosas.

Debe ser porque no estás en el lugar correcto, contestó Stephany. La imaginé con un mechón de pelo sobre su frente y un soplido que lo acomodaba. De alguna manera, con su respuesta, reafirmaba el rechazo de mi idea inicial, la posibilidad, acaso extinta, de verla gracias al mal clima. Me fascinó el desdén con que administraba mis sentimientos.

El mal clima puede verse como el teatro en Grecia: los asuntos públicos se dirimen en un escenario definido, un tema ajeno pero al mismo tiempo compartido. Ya sea por el mal humor que provoca o, en su caso, el bueno que sugiere una espléndida compañía, las condiciones climatológicas determinan una conducta repetitiva para sus actores.

Tuve una tarde de viento, las empanadas me supieron bien entre la arena atrapada en las entrañas de su contenido carnoso y la conversación con mi amigo Luis, que iba de las recientes muertes ocurridas en la ciudad hasta la idea absurda de pensar en Stephany como una visita sorpresa.

En la Ciencia del Sueño, el personaje de Gael García Bernal raya en la esquizofrenia crónica con respecto a la atracción por su vecina que curiosamente se llama Stephany, interpretada por Charlotte Ginsburg. Él cree tener una conexión directa con ella, ella, por su parte cree no tenerla.

La lluvia depende del lugar correcto, dijo mi amiga, una forma de entender el cambio climático a partir de la compañía lejana.