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Extraños Tiempos

Hugo Laussin | 18/02/2016 | 10:05

Una mujer violada puede hacerse un lavado para evitar el embarazo. Así, tal cual de simple, absurdo y surrealista es como el vocero de la Arquidiócesis de San Luis Potosí,  Juan Jesús Priego, zanja el traumático e incoherente dolor que causa el abuso sexual que sufren miles de mujeres, niñas y adolescentes día a día.

Resulta grosero que mientras la Iglesia católica defiende el derecho a la vida no defienda con igual fiereza el derecho a una vida libre de violencia contra la mujer.

Es obvio que el cura no es médico, por ello la simpleza con la que receta lavados anti embarazos raya en lo infantil y la ignorancia.

Pero el problema no es su sacro santa receta (quizá útil en conventos o en sus sueños) sino la falta de sensibilidad a un tema tan real como delicado.

¿Dónde queda su presunto amor por el prójimo? ¿Dónde su responsabilidad como vocero?

No hay palabras suficientes para hacerle ver al cura que su boca es boca de una iglesia que está en una lucha contra la decadencia.

Terrible declaración de una iglesia que se ha visto envuelta en las peores atrocidades contra menores y que ha protegido contra viento y marea a sus “enfermos” sacerdotes retirándolas a una deliciosa vida de retiro sacerdotal.

Terrible también que al cura le valga un reverendo cacahuate el derecho humano y el derecho de cualquier mujer a decidir sobre su cuerpo.

Que se sepa, la iglesia no va por ahí adoptando menores producto de violaciones para hacerlos no sacerdotes, sino ciudadanos comunes y corrientes.

Tampoco se sabe que con una oración una mujer olvide el terrible crimen de ser usada por la estupidez humana de un cualquiera que sienta placer con el dolor.

Bien lo dijo el Papa Francisco en pleno arranque eufórico al ser jaloneado por algún feligrés ¡no seas egoísta¡.- gritó.

Al cura potosino le recetamos la misma frase ¡no sea egoísta¡ no hable por hablar de lo que ignora totalmente.

No pretenda desde su púlpito acusador decir qué es lo que no o sí debe hacer una víctima de violación.

Más aún, llama al debate sobre el aborto como si éste fuera a resultar en un cambio de conciencia eclesiástica al respecto. Ya sabemos que la cúpula de las cúpulas y campanas siempre estará en contra y que serán siglos los que pasen hasta que haya una apertura total al derecho humano de la decisión.

¿Decir más de lo mismo? No es la solución. Y es que parece distante también que el catolicismo entienda que no todo mundo se rige bajo sus leyes ni sanciones.

De nada sirve que exhorten a grupos ultraderechistas a marchar, orar y actuar contra todo lo que huela a gay, aborto, matrimonios y adopciones entre personas del mismo sexo sino llaman también a la aceptación y el abrazo a lo diferente.

Las palabras de Priego violan conciencias y géneros; abusan de la ignorancia y perpetúan la invisivilización de la mujer en el mundo.

Ante ello, quizá eso sí, sea solución un lavado de boca, de cerebro y de conciencia.