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Solo para débiles

Eduardo L. Marceleño | 09/02/2016 | 12:22

Frente a una situación cualquiera, Cochito mejora la realidad con un comentario estupendo. Con la inigualable pericia de quien se ha forjado en el Barrio de San Sebastián, el veterinario de la cuadra alinea sus coartadas a partir del imaginario popular. Fue, gracias a su habilidad de dominar reacciones, que atinó al comentario correcto cuando Vladis, el vecino, decidió asar carne por motivo del Súper Tazón: “Ese wey le quiere hacer al americano”.

Nos encontrábamos en plena taquiza, y Cocho construía profusas montañas de tacos cada que se formaba al pie de la parrilla. Del otro lado, es decir frente a la casa donde crecía la cola para los tacos, Vladis asaba siete kilos del mejor Top Sirloin que pudo encontrar en el supermercado. Uno de los presentes, que por cierto es buen amigo mío, se quejó de los tacos y amenazó con “robarle un pedazo de carne” a su vecino. Entonces Cochito reviró con la sentencia que, dicho sea de paso, aniquilaba la idea de ser mexicano y ver el Súper Tazón como quien mira a los Voladores de Papantla. “Eso no se puede, no es un deporte nuestro”, remató el albéitar, como si jugar pelota con la cadera aún fuera un ejercicio vigente. 

En el Laberinto de la Soledad, Octavio Paz espejea la cultura mexicana en la norteamericana a partir de la figura del pachuco. El magistral ensayo sugiere una serie de vicisitudes que exploran la conducta del controvertido personaje. Mientras el ciudadano anglo es un ente plano, abstracto y conciso, el mexicano tiene una fijación excesiva por los detalles, más bien por los adornos. El pachuco es una mezcla de ambos, la efigie en constante formación.

Pensado como un producto televisivo, el Súper Tazón atrae la mirada del mundo más por su exceso en los detalles que por su naturaleza deportiva. Priorizar la forma antes que el fondo es una conducta que opera en torno a los aforismos de Paz. Sin saberlo, Estados Unidos incurre en las pautas de un pachuco; el símbolo de la reiteración que abusa de sus posibilidades para encontrar identidad. Aunado a su delirante complejo de idolatría, el espectáculo  no se cansa de repetirse a sí mismo que es un monumento inigualable. 

Hay círculos de convivencia que giran en torno al género. El Súper Tazón es un motivo para reafirmar los guiños de masculinidad que escapan en la cotidianidad. Más que el balompié, el futbol americano alecciona a sus espectadores a partir de la complexión de los jugadores, la rudeza de juego y el espectáculo de medio tiempo que involucra mujeres danzantes. En medio de ese contexto, aparece el fervor mexicano por apreciar un deporte norteamericano, cultura, además, que critica y admira al mismo tiempo.

Cocho peca de patriotismo inusitado, lo demuestra cada que puede con su impecable maestría en la fabricación de sentencias populares. Al final, entendió que Vladis sólo buscaba pasarlo bien ante el clima lluvioso que amenazaba la tarde de domingo. El Súper Tazón suponía eso, un motivo para no sentir la nostalgia de barrio en el último día de la semana.

No existe una respuesta que descifre los porqués de la afición que tiene el futbol americano en México, una peculiaridad que por lo demás reivindica a ese deporte, pues el entusiasmo del mexicano por el Súper Tazón termina por darle fondo a la forma que Estados Unidos se esmera en remarcar año con año.